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Tribuna
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El Lliure y los idus de marzo JACINTO ANTÓN

Jacinto Antón

Hola, conciudadanos; vengo a esta tribuna, pasados estos agitados idus de marzo en pleno julio, a enterrar a Lluís Pasqual, no a alabarlo. El mal que los hombres cometen les sobrevive, el bien frecuentemente va a parar bajo tierra con sus huesos. Sea así con Pasqual, etcétera, como diría el bardo.Perdonen la retórica, pero me parecía que alguien debía ponerse la túnica de Marco Antonio en esta historia del Teatre Lliure. Y visto que el papel está muy vacante, mientras que para el de Bruto hay cola y para el de Casio plaza fija, me lo voy a arrogar yo por unos minutos.

Fui el primero que, cuando surgió la posibilidad de que lo hicieran comisario del proyecto de la Ciutat del Teatre, recomendó a Lluís que saliera corriendo en dirección contraria. "Menuda emboscada", le dije. Se rió; pero a lo largo del proceso de redacción del proyecto, más de una vez me confesó que el consejo no era tan disparatado. Ahora está ahí, cubierto de cuchilladas, tirado en la escalinata del Palau de l'Agricultura -metafóricamente hablando, claro, porque en realidad, con esa facilidad suya de volar, se encuentra en Buenos Aires, montando La tempestad-. Se ha sentido obligado a dejar el liderazgo del Lliure en el momento más complicado del colectivo.

Sería fácil decir que Lluís pecó de ambición ("¿era eso ambición en César?"). Su proyecto de la Ciutat creó polémica, aunque no por lo que tiene de utopía -esa "república del teatro" que iba a instalarse en Montjuïc-, que es lo que se le pide a un hombre de teatro, que nos haga soñar (luego ya vendrán los políticos a rebajar planteamientos), sino por el hecho de que fue concebido a lo Doctor Mabuse, sin contar apenas con nadie, sin alegría, a cara de perro, con una voluntad áspera entenebrecida por la sensación de que se cumplía una misión histórica inexorable. Haciéndose cargo del proyecto y embarcando al Lliure en él -finalmente ambos proyectos, el de la Ciutat y el del futuro Lliure, acabaron superponiéndose-, Pasqual cometió un error garrafal: mostró el punto donde asestarles un golpe mortífero a él y, lo que es peor, al propio Lliure.

En un momento delicadísimo para el futuro del Teatre Lliure, cuando la gente de la calle lo que se pregunta es para qué diablos queremos tantos teatros y sobre todo por qué los hemos de pagar; cuando la gente pide que se dejen de monsergas y de apelar a un pasado que muchos no han conocido; cuando la gente, en todo caso, dice: "Vale, bien, de acuerdo, no tenemos bastante con el Teatre Nacional, con el Mercat de les Flors; bueno, pues convénzanme del nuevo Lliure pero, por Dios, no me sermoneen, y empiecen por ponerse de acuerdo ustedes"; en esa tesitura, disparar por elevación es un suicidio. En el momento en que hacía falta concentrarse en el Lliure, renovarlo, hacer ver a la ciudadanía y a todas las familias teatrales que podían y debían sentirse herederas del legado del colectivo y parte ilusionada de su futuro, entonces precisamente, va Pasqual y acepta la envenenada corona de oro de la Ciutat del Teatre. Con ello se pone a medio mundo -otros ya lo estaban- en contra. Es increíble que este hombre montara en su día Julio César: no aprendió la lección. La verdad es que cometió un error.

Dicho esto, cabe preguntarse: ¿está bien que Pasqual salga de escena, que abandone la dirección del Lliure en este delicadísimo momento de transición? ¿Justifica su contestado papel en el proyecto de la Ciutat -concluido: el alcalde ya decidió que no será él quien la ponga en marcha- que se apee del proyecto de cambio del Lliure? Estoy seguro de que no. No andamos precisamente sobrados de gente como Pasqual, buenos directores, de prestigio internacional, capaces de cargar sobre sus hombros grandes empresas -y la del traslado y la refundación del Lliure lo es-; a mí me salen sólo un puñado, entre ellos algunos a los que no quiero ni imaginar metidos en un fregado similar porque podríamos pasar de Julio César a Tito Andrónico. Pero además me da mala espina la forma en que se ha perseguido a Pasqual desde determinadas instancias y cómo se le está tratando de diabolizar. No se justifica tanta saña sólo en aras de la democracia y la buena gestión. Y creo que, más allá de la mala química y el interés por defender nuestro dinero, hay un juego de poder con fuertes envites en el que temo que pueda salir perdiendo el Lliure. En esa tesitura, contar con Pasqual me parece una garantía. Yo no sé ustedes, pero, parafraseando al mismo Pasqual, siempre preferiré un farandulero a un político profesional. Y Pasqual no es un gran artista afrancesado que va por libre, sino el destilado de uno de los mejores colectivos artísticos del país, un hombre capaz, si las cosas se enderezan y si todo el mundo pone de su parte y juega honestamente, de hacer de pal de paller del nuevo Lliure. Lo de César no tuvo remedio, pero a Lluís se le puede recuperar. Se le ha de recuperar. No esperemos a encontrarlo en Filipos.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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