Fútbol 2000: entre la magia y la caja.
En pleno 2000, no deben ser muchos los que admitan y recuerden que el fútbol es primordialmente un juego. Ha sido, sin embargo, como juego que desde 1845 (año de su institucionalización en el Reino Unido) ha atraído a los más diversos y remotos espectadores. Por algo a través de esos agitados 155 años se ha convertido en el verdadero deporte de las masas. El béisbol, por ejemplo, que congrega multitudes en Estados Unidos, Puerto Rico, Cuba y Venezuela, fuera de esa zona tiene escaso arraigo popular. El fútbol, en cambio, ha penetrado en los cinco continentes.Bien jugado, y aun si se lo mide con un rasero poco menos que estilístico, el fútbol, como espectáculo, como expresión de ajuste colectivo, como cantera de imaginación, no admite paralelo con ningún otro de los deportes modernos. Y porque en sus principios fue sencillamente un juego, y no como hoy, un negocio multimillonario, el fútbol estuvo en su primer siglo y algo más, al alcance de países con pocos recursos y también de jugadores que lo practicaban con un afán y hasta una obsesión lúdica. Se decía que jugaban "por la camiseta". Sólo así se explica que un país como Uruguay, con menos de tres millones de habitantes, haya sido dos veces campeón olímpico (1924 y 1928) y otras dos veces campeón mundial (1930 y 1950).
Eso se acabó. La clásica noción de juego sigue existiendo, pero sólo como condición subsidiaria. (Algo así como la bola en la ruleta y el naipe en la canasta). Ahora, la prioridad es desembozadamente mercantil. El jugador ha pasado a ser una pieza de consumo y de especulación. Sin embargo, adjudicar la responsabilidad de esta situación a las eventuales exigencias económicas del jugador es cerrar los ojos frente al problema. Lo abyecto es el régimen. Los culpables directos son quienes lo estimulan y lo envilecen, por razones que no son, por cierto, las del bien social. Después de todo, el jugador es el eslabón más frágil de toda esa cadena mercantil: su disponibilidad es a corto plazo, y esto siempre y cuando ninguna fractura corte abrupta y prematuramente su carrera.
El periodista brasileño Rosso Cauaca relató hace algunos años, en una jugosa crónica, el caso de Marcelo, un formidable portero del Vasco da Gama que en plena celebridad tuvo la mala suerte de que Nelsinho, mediocampista del Flamengo, le hiciera un gol pasándole la pelota entre las piernas. Marcelo salió llorando del estadio y en el vestuario dijo que dejaría el fútbol. Y cumplió su palabra. Y agrega Cauaca: "Todos los diarios, todos los cronistas, hicieron de su gol el plato del día".
Recientemente, con la muerte de Barbosa, el portero que integró el seleccionado brasileño en la célebre final de Maracaná (1950), cobró actualidad otro episodio similar. Brasil perdió 2 a 1 ante Uruguay, y del segundo gol oriental, conseguido por Ghiggia, se le echó injustamente la culpa a Barbosa. La increíble consecuencia fue que sus compañeros de equipo no le hablaron más, y algo peor: aun en los últimos años, todavía no se le permitía la entrada en ciertos bares y restaurantes. Es posible que esta víctima de un miserable malentendido haya muerto de soledad.
Insisto en que lo abyecto es el sistema, pero no sólo el de la superestructura futbolística. Por encima de ella rigen las infundadas, abusivas y vejatorias normas de la economía de mercado, que nos afectan a todos. El recién inaugurado siglo ha heredado del anterior una palabra aparentemente fútil, pero en el fondo abyecta: globalización. Curiosamente, sólo se habla de la globalización política o de la globalización económica. No se menciona, en cambio, la globalización de la hipocresía.
Es gracias a esta última por lo que la violencia ha hecho irrupción en el deporte. Los hooligans significaron el origen, el arranque, pero hoy día sus espontáneas herederas, las barras bravas (en muchos casos organizadas y financiadas por dirigentes) se han incorporado a otros conglomerados de hinchas, tanto de Europa como de América Latina.
Se acabaron los tiempos de Pelé, Maradona, Kubala y otros mitos de antes y después de la televisión, deportistas espectáculo sin lugar a dudas. Lo cierto es que si antes el fútbol pasaba por la magia, ahora pasa inexorablemente por la caja.
Mario Benedetti es escritor uruguayo.
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