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La confusión del barcelonismo ilustrado JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

"Más de lo mismo y además peor". Así se anuncia el desenlace de las elecciones a la presidencia del Barça. Núñez se va pero el poder nuñista permanecerá intacto. Gaspart es la máxima garantía para que la caja de los secretos siga cerrada. Y para que el sistema de intereses no se modifique en lo sustancial. Si alguien conoce a Gaspart al dedillo, éste es Núñez, un hombre desconfiado que anota y recuerda. De modo que Gaspart llegará hasta donde Núñez quiera que llegue. Porque, por lo visto hasta ahora, no serán sus rivales quienes le echen de la Masia.El barcelonismo ilustrado lleva veinte años suspirando por la caída de Núñez. Por fin, lo consiguió, más por una perturbación mental transitoria del presidente, herido en su orgullo por una pañolada, que por méritos propios. Veinte años y no ha sido capaz de preparar una verdadera alternativa. A última hora y a toda prisa se inventa un candidato y, para no ofender, se esconde en un segundo plano al Elefant Blau que, guste o no guste, es el único que se lo ha currado. Sin la presión del Elefant Blau, Núñez probablemente no habría sufrido la pérdida de rumbo de la noche de la eliminación europea.

Como es habitual las culpas de la derrota se cargarán sobre el candidato. Las derrotas nunca tienen padres. Y, sin embargo, si Gaspart gana se confirmará la falta de sentido de la realidad del barcelonismo ilustrado. Este sector que se considera portador de la mejor tradición y del espíritu democrático del barcelonismo se ha creído una idea del Barça que, quizás un día existió, pero hace mucho tiempo que nada tiene que ver con la realidad. Núñez tuvo en su día la osadía de adelantarse: de intuir que el Barça no estaba tan agarrado por el catalanismo sentimental como parecía. Y ganó. Los antinuñistas han tenido veinte años para reflexionar sobre aquel fracaso y sobre los que vinieron después. No se nota. Hacen la misma campaña de siempre, reviven los mismos tópicos de toda la vida. Y todo parece indicar que ya sólo seducen a una minoría. Porque el Barça, por encima de todo, es un equipo de fútbol. Y en el fútbol actual el forofismo y el dinero -que son los que mandan- tiene un punto de encuentro, la victoria, y en medio no hay espacio para nada, salvo para la melancolía. Desde la nostalgia nunca se han ganado unas elecciones.

El mito del dream team ha tenido un efecto perverso para las gentes del barcelonismo ilustrado. Encontraron allí el anclaje para sus desventuras. Estar a favor de Cruyff y contra Núñez resolvía sus contradicciones. Ya no cometían el mortal pecado de pensamiento de desear la derrota del Barça para que Núñez cayera. Liberados de pecado, todos soplaron para que el globo del mito se hiciera lo más grande posible. Cuando el globo estalló, el dream team se convirtió en el refugio de la melancolía. Otra vez la verdad del fútbol pasaba delante suyo y ellos sin enterarse: Cruyff servía como recuerdo pero no como carta de futuro. El socio medio detesta los experimentos que acaban mal y que son germen de división. El territorio del forofismo es, por definición, un territorio antidemocrático: en el fútbol la unidad es un valor y la crítica es detestable. Núñez, que no tiene escrúpulos democráticos, lo sabe y obliga a esconder al Elefant Blau por el delito de haber ejercido la crítica legítima. El fútbol es así. Y lo demás es equivocarse de lugar. El resultado de la confusión del barcelonismo ilustrado está claro. La campaña la ha dirigido José Luis Núñez: él, desde el resentimiento, ha ido marcando los distintos temas y los distintos tempos. Naturalmente el beneficiado ha sido Gaspart. Núñez tiene todos los hilos en su mano. Según le convenga -según dicten los resultados- Gaspart será un traidor o será su heredero. En cualquier caso, Núñez decidirá.

Una vez más la burguesía catalana presuntamente ilustrada va camino de estrellarse contra el nuñismo. Y siempre por lo mismo: por el desconocimiento alarmante de la realidad. Tan grande es su confusión que probablemente tampoco esta vez entienda que su reino no es de este fútbol. Y que mientras no cambie de imagen y de discurso, tantas veces como lo intente se estrellará contra oportunistas como Gaspart. Tenía que ser el gran cambio y todo parece indicar que no va a cambiar nada. Este país es muy conservador y el aficionado al fútbol todavía lo es más. Pero es ésta una pobre excusa. El barcelonismo ilustrado perderá por no haber hecho los deberes, pero, sobre todo, por insistir en querer meter baza en un mundo, el del fútbol, en el que no hay lugar ni para los valores democráticos ni para el refinamiento. Basta darse un vistazo por las directivas de los principales clubes europeos. ¿No se ha preguntado el barcelonismo ilustrado y viajado qué sentido tiene que Barcelona y Madrid todavía elijan a sus presidentes por sufragio universal entre sus socios cuando los grandes equipos del mundo funcionan como sociedades anónimas? Es un anacronismo probablemente sólo explicable por la única cosa que une de modo indisociable a Fútbol Club Barcelona y Real Madrid: cuarenta años de franquismo. Allí se labró la mitología que todavía les condiciona. Han pasado veinte años y el barcelonismo ilustrado sigue encallado en las claves de entonces.

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