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Tribuna:LA IMAGEN DE UNA GRAN URBE
Tribuna
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SOS: Madrid en busca de un alcalde ilustrado

Juan Ignacio Crespo

Los autores piden a la oposición municipal que busque un candidato a regidor que consiga el voto de quienes no quieren seguir avergonzándose del alcalde actual.

Las recientes declaraciones del alcalde Álvarez del Manzano sobre la violencia en las parejas de hecho desbordan los límites de lo probable. "¡Madrid no se merece esto!", hemos exclamado muchos mientras los periódicos hacían inventario de las barbaridades que a lo largo de sus años de mandato ha ido espolvoreando el alcalde, la oposición le criticaba con dureza y algunos miembros de su propio partido, el PP, pasaban vergüenza ajena.Únicamente Manuel Fraga ha salido en defensa de las tesis "estadísticas" de Manzano convirtiéndolas, con su sola intervención, en un completo sarcasmo. Fraga sabe que la protección legal de la mujer contra las pulsiones homicidas de su cónyuge ha mejorado mucho desde sus tiempos de ministro de Información y Turismo. En aquel entonces, y hasta 1967, el asesinato de la mujer sorprendida en adulterio por su esposo era castigado por el Código Penal vigente con seis meses de destierro. Lo que hacía relativamente más segura, aunque mal vista, la pareja de hecho: al menos en este caso, sobre el homicida podría caer todo el peso de la ley. Que parece, por cierto, en este asunto la menor de las preocupaciones de Fraga.

A todo esto, la izquierda madrileña, tras su derrota en las elecciones municipales de 1999, aún no sale de su asombro. Y mientras unos se consuelan esperando que el PP no vuelva a presentar el mismo candidato a la alcaldía en los próximos comicios, otros especulan sobre quién será la candidata que encabece la lista del PSOE para oponérsele.

No es necesario insistir en que José María Álvarez del Manzano no es precisamente del ala más centrista del PP; tampoco del sector más pragmático, que rehúye el enfrentamiento cuando puede. No. Al regidor madrileño le gusta dar testimonio de su integrismo siempre que tiene ocasión y parece deleitarse en hacerlo tanto más cuanto más macabra sea la oportunidad que se le presente. De modo que el incendio de un poblado de chabolas o el asesinato de una mujer a manos de su pareja son momentos ideales en los que le resulta insoportable la idea de autocontrolarse. Cae en trance y la máquina de los despropósitos ultras que lleva dentro se le desmanda. Pero siempre con el mismo mensaje de fondo: "Quien mal anda, mal acaba". Y, si es posible, dicho con el cadáver caliente o a pie de incendio; es decir, añadiendo el escarnio a la agresión o a la ofensa.

El alcalde es tan auténtico en esto que si cuenta en privado lo mal que lo pasó hace seis años, cuando el Manzanares inundó la M-30 y sus aguas cubrieron unas docenas de coches, concluye dando gracias al cielo porque ese día no hubiera ningún muerto en Madrid, olvidándose de una mendiga que fue arrastrada aguas abajo. En sus particulares estadísticas, pues, las mujeres que mueren asesinadas no hubieran corrido esa suerte dentro del matrimonio y los mendigos no se computan ni como cadáveres. De ahí que cuando se habla de Álvarez del Manzano la mayoría de los enfoques resulten inadecuados. Porque no se trata de que sea mejor o peor alcalde, lo suyo es otra dimensión, propia de la amenaza de Andrómeda. No es que sea el amante de los túneles y de los aparcamientos subterráneos, como creíamos algunos ingenuamente; ni siquiera un apasionado de los bolardos en las aceras o de los chirimbolos por las esquinas, como advertían nuestros amigos urbanistas; tampoco el enamorado de los suelos de granito, de los derribos de edificios singulares o de las mamparas antisuicidio, como creyeron descubrir los resentidos de siempre. El alcalde Manzano es, fundamentalmente, un caso patológico de insensibilidad ante el dolor ajeno, que gusta de meter el dedo en el ojo afligido por un moratón.

Un bárbaro, en definitiva, por encima de cualquier definición ideológica. Incapaz de comprender o de asimilar eso que Adam Smith llamaba el "movimiento espontáneo de la compasión".

Madrid no puede seguir con un alcalde semejante. Y, puesto que el PP tiene la legitimidad democrática para gobernar la ciudad hasta 2003, a él es a quien hay que reclamar que fuerce la renuncia de Álvarez del Manzano y lo reemplace por otro de los miembros de su grupo municipal.

Eso ya sería un importante cambio para Madrid. Aunque para conseguir el alcalde que muchos anhelamos haya que esperar hasta 2003 y confiar en que, para entonces, la izquierda madrileña sea capaz de oponer al candidato del PP una figura que aúne en torno suyo una amplia mayoría social. Para lo que, sin duda, es necesario que PSOE e IU abran los procesos de selección de candidatos hacia el mundo exterior. Y no porque en su seno no existan personas capaces de afrontar el reto y ganarlo, sino porque los procesos endogámicos de selección que tan tardíamente ha descubierto Felipe González impiden que sea candidato o candidata el mejor o la mejor.

Pero, aunque así fuera, y dada la composición social de Madrid, podría resultar imposible la tarea de ganarle las elecciones a Álvarez del Manzano si no se cambia el enfoque tradicional.

De modo que estamos ante una situación de verdadera emergencia. De ésas que exigen soluciones de emergencia también. Por lo que sería de agradecer el que las organizaciones de la izquierda madrileña, así como sus diversas tendencias y sensibilidades, renunciaran a cualquier intento de imponer, aunque sea por la vía democrática, a un candidato de "los suyos"; es decir, afín a su sector político. Pues lo importante para la mayoría de los ciudadanos no es que sea "guerrista" o "renovador", "ortodoxo" o dialogante, sino si puede ser percibido como patrimonio común de gente muy diversa.

Para lo que deberá estar dotado de un conjunto de virtudes que están escandalosamente ausentes en el alcalde actual y que conforman una personalidad ilustrada, solidaria e integradora; es decir, alguien instruido, prudente y discreto en sus manifestaciones públicas; que sea capaz de comprender la amplitud y complejidad de los problemas que aquejan a una gran urbe contemporánea; que sepa que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre y que cada persona tiene derecho a organizar su mundo afectivo libremente; que crea en los valores constitucionales básicos y los respete (no que se vea "obligado a respetarlos"); que vea la inmigración como lo que es, un fenómeno imparable, y que las fricciones que origina sólo podrán resolverse con amplitud de miras, con la sensibilidad social y cultural mínima que se le puede exigir a un gobernante en una sociedad como la nuestra; que sepa que, aunque elegido democráticamente, o precisamente por eso, nunca podrá permitirse insultar a un sector de la sociedad.

Que, por concretar al máximo, reúna cualidades de los dos últimos alcaldes socialistas de Barcelona, pero también de otros que, sin serlo, han manifestado su respeto por la ciudad (recuperación de Bilbao y creación del Gugenheim) o por la pluralidad (José Luis Cuerda y su registro de parejas de hecho en el Ayuntamiento de Vitoria).

Insistimos. Madrid necesita un alcalde ilustrado. A los partidos de la oposición y a las organizaciones preocupadas por los problemas de la ciudad corresponde encontrar un candidato que pueda concitar en su momento el voto de todos los que no quieren seguir avergonzándose de su alcalde. Y, aunque las elecciones municipales están aún muy lejos, no es una tarea que pueda descubrirse so pena de que volvamos a ser víctimas de alguna de las "bromas" a las que los partidos de la izquierda tienen acostumbrados a sus sufridos votantes cuando "endogámicamente" eligen a sus candidatos.

Para ello hay que prepararse, sin esperar a que el PP decida si pone a Manzano fuera de la circulación política o si, por el contrario, cree que sigue siendo su mejor candidato a alcalde. Aunque los que no votamos al Partido Popular le agradeciéramos sinceramente el que no lo presentase de nuevo en las próximas elecciones.

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