Brazofuerte
En la primera semana del Tour los corredores se dedican a registrarse, probarse el uniforme, mirarse de reojo a ver cómo va eso que se ha puesto tan de moda, las vibraciones. A veces, un prólogo endurecido, un corte por vientos del cuadrante norte, o alguna intemperancia fisiológica, tipo Zülle, ahonda la brecha inevitable con los que sólo van a mirar a esa ceremonia de la iniciación: los escaladores. Pero, en cumbres como la de Hautacam los actores tienen que presentar cartas credenciales con sello y póliza. Y las del ciclista norteamericano Lance Armstrong, vencedor ya de un Tour y un cáncer, parecen irrefutables. ¿Es preciso correr lo que resta de la prueba?
De igual forma, ese primer día en el que Induráin, hace lacerantemente tan poco, rellenaba también su instancia indiscutible de victoria, registra sonadas dimisiones. Marco Pantani ha dicho adiós con lágrimas perladas de hematocritos a la montaña y, de paso, al llano. No está aún para la silla de ruedas, pero una mecedora, que por lo menos se balancea, le haría bastante juego.
¿Qué decir de Escartín, tan indomable como insuficiente? El Tour se gana en la montaña, y si no existiera el ya reiterativo hombre -y brazo- fuerte de la carrera, podría optar a la victoria. Pero, también se pierde en las contrarreloj, y aunque no estuviera Armstrong, ahí es donde el aragonés se estrellaría en cualquier caso contra la máscara agónica de sí mismo. José María Jiménez es muy entretenido, pero Dios sólo acotó en su caso para medio ciclista. Aunque no existiera la prueba contra el cronómetro, presentimos que El Chava se las ingeniaría para tener un día aciago. Lo suyo es más la originalidad escénica que ganar grandes carreras por etapas.
Incluyamos en la nómina a Olano, aunque sólo sea porque este año había tenido la gentileza de comparecer a la inauguración sin posaderas, circunstancia a la que se le atribuían propiedades prácticamente mágicas. Pero, el aligeramiento del centro de gravedad en las regiones posteriores no parece que vaya a tener gran repercusión en la prueba francesa. Este año, por lo menos, ha preferido no jugar al suspense, eliminando toda intriga desde la primera cuesta.
El Tour de los españoles, Escartín, Jiménez, Heras, parece que ha de limitarse a un combate por el podio y su banlieu. Y a un merecidísimo quitarse el sombrero ante ese Javier Otxoa, que desde las profundidades de la clasificación y la prudencia de la juventud, ha hecho como Manzaneque, a la vuelta de tantos años; comprarse una etapa para él solo.
Los Tour de los 90 han tenido propietario tempranamente declarado, salvo el que ganó El Pirata en 1998. Brazofuerte prolonga hoy esa tradición, tanto como parece llamado para durar, razón por la cual los interrogantes deberían hoy concentrarse en así que pasen cinco años.
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