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'Tendresse' y 'liberté'

JOSÉ LUIS MERINOUna buena manera de completar el encuentro con las esculturas de Auguste Rodin (1840-1917), mostradas en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, puede consistir en leer los dos estudios publicados por quien fuera por algún tiempo su secretario, el poeta Rainer María Rilke. Escritos en 1903 y 1907, Rilke ofrece en ellos -con una extensión de 80 páginas-, una precisa y espléndida visión de la vida y obra del escultor francés.

Mas si el visitante a la exposición sólo desea atenerse a lo que Rodin le ofrece de por sí, lo que no es poco, puede empezar por analizar la escultura titulada La edad de bronce (1875-1976). Lo que ahora vemos en bronce, Rodin modeló primero en barro de un joven, cuyas formas clásicas recuerdan a las del Renacimiento. A partir de ahí, el artista va cobrando una personalidad muy acusada. Rompe con la pureza y se abarroca; las formas de sus esculturas parecen llamear y salirse de los temas. Sacrifica la unidad de los cuerpos a la expresividad del gesto y los detalles. En cada obra busca la mayor libertad de expresión, al tiempo que imprime a sus trabajos una gran intensidad emocional.

La ruptura con la pureza no hace referencia a los mármoles, sino a los bronces. Cuando trabaja con el mármol, Rodin se atiene a unas palabras suyas, donde señala con un tono más bien quedo: "El modelado es la emoción que la mano experimenta en la caricia". Sin embargo, cuando la obra la va a representar finalmente en bronce, ahí la emoción se trueca en exaltación. Entonces las formas anatómicas de las figuras las exagera casi siempre y, en ocasiones, las simplifica, y hasta las deja "inacabadas", para alcanzar una mayor intensidad expresiva. Entre emoción y exaltación expresivas vive este artista apasionado.

Con Rodin asistimos a la conjugación de esculturas. Lo que en un momento una escultura vale como tema en sí misma, esa misma escultura la introduce en otra, porque necesita enriquecer esta última con el aporte de la otra. Y siempre el cuerpo humano como principio y final de todo. Su arte se centra más en expresar que en definir. Extrema al máximo la figura humana. Lo dejó escrito: "El cuerpo es un moldeado donde se imprimen las pasiones".

Pero todo hay que decirlo: al visitante le entra una seria duda al comprobar que algunas mismas obras de esta exposición se encuentran en la muestra titulada De Degas a Picasso, que en estos momentos se exhibe en el Museo Guggenheim de Bilbao...

Conviene advertir que el propio Rodin autorizó a fundir en bronce doce ejemplares como máximo de cada una de sus esculturas. La obra del francés está bastante repartida por el mundo. Además del Museo Rodin de París (77, rue de Varenne), y el que se halla en las afueras de París (en Meudon), existe un Museo Rodin en Filadelfia (EE UU)

Por más que interese esta exposición, es forzoso e ineludible recordar que las cinco obras capitales de Rodin han quedado en su museo de París. En los jardines de ese museo se alzan las estatuas, en su escala natural, Monumento a Balzac, El Pensador, Las tres sombras, Los burgueses de Calais, y esa fulgente maravilla como es la Puerta del Infierno, trabajada sobre uno de los temas de La Divina Comedia de Dante, con la inclusión de casi 200 figuras, donde se dan cita muchos de los temas recurrentes en la vida creadora de este portentoso artista. Lo que ahora se muestra en Bilbao de esa Puerta del Infierno no es siquiera un leve soplo de la auténtica obra.

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