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TENIS Torneo de Wimbledon

Lágrimas en el camino

Ahora que ha alcanzado la gloria, Pete Sampras puede echar una ojeada al pasado y tomarse un ligero descanso. Con 28 años, la mayor parte del camino ha sido ya recorrido. Le queda poco, tal vez dos o tres años. Pero el trayecto ha valido la pena. Sus 13 títulos del Grand Slam y sus seis años consecutivos como número uno del mundo le acreditan como el mejor jugador de todos los tiempos. Siempre quedará en su recuerdo, sin embargo, una leve decepción por el título que se le escapó, Roland Garros. Pero eso forma parte del bagaje de todo gran campeón. Y Sampras lo es.Mucho más difíciles de superar fueron algunos otros momentos, en los que fue dejando lágrimas en el camino. Sampras nunca fue inmune al dolor ajeno. Siempre ha sido una persona preocupada por su entorno social, y ha realizado aportaciones económicas importantes a fundaciones (la de los hermanos Gullikson y algunas otras) contra el cáncer o para la protección de niños con problemas. Pero el dolor también le ha tocado a él de forma directa en varias ocasiones.

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Sampras marca la historia

Sufrió en 1995 cuando en el Open de Australia se enteró de que su entrenador, el que siempre le había llevado de la mano desde que entró en el circuito, Tim Gullikson, sufría un tumor cerebral, del que acabó muriendo en mayo de 1996. Y antes había sentido un vacío insuperable cuando le comunicaron la muerte en accidente de su amigo y ex jugador Vitas Gerulaitis. Más adelante tuvo otros motivos de preocupación, porque el hombre que más le había ayudado en sus primeros años, cuando todavía era un niño y empezaba a jugar al tenis, Peter Fischer, fue declarado pederasta y encerrado en la cárcel.

Pero ni siquiera todas esas situaciones consiguieron mermar en absoluto su capacidad competitiva. "Siempre había un motivo para seguir adelante", asegura Sampras. "Cuando ganas en el tenis piensas que lo tienes todo bajo control, pero no es cierto. No te das cuenta de lo vulnerable que eres. Casos como el de Tim o el de Gerulaitis, o también el más reciente de Payne Stewart, al que conocía personalmente, te tocan y te obligan a realizar un chequeo personal. Pero eso es la vida, y hay que seguir adelante a pesar de todo".

El mismo día que supo la muerte de Gerulaitis en 1994, Sampras jugó un partido de Copa Davis frente a Suecia en Goteborg. La semana que se enteró del tumor de su técnico, llegó a la final del Open de Australia. Y luego, cuando Gullikson falleció en 1996, Sampras le dedicó el triunfo que consiguió en el Open de Estados Unidos, el año en que vomitó en la pista por culpa de un virus estomacal y deshidratación mientras salvaba un match-ball frente a Àlex Corretja en los cuartos de final.

Sin embargo, las lágrimas le hicieron más fuerte. Todo lo que fue dejando en el camino le sirvió al final. Sampras tiene un récord que suele pasar desapercibido: nunca se ha retirado en un Grand Slam que ha empezado. Es decir ha jugado lesionado muchas veces, o con los pies cargados de ampollas, como ante Yzaga en el Open de Estados Unidos de 1994, cuando perdió 7-6 y 7-5 en el cuarto y quinto set. O como en este Wimbledon que acaba de ganar: no hay que olvidar que sufrió una tendinitis en su pie derecho en el segundo partido, contra Karol Kucera. Ésta es la madera de un gran campeón.

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