Ventanas a Italia GUILLEM MARTÍNEZ
- Ozú qué calor. Cenorrio en un restaurante de BCN. Para dar el disparo de salida a la Biblioteca Vázquez Montalbán (Mondadori). Pum. Barrio chachi piruli. La gente está morena o se ríe de la Luna. A veces, incluso, las dos cosas a la vez. En otra mesa hay una chica pija king-size que fascina a aquí el menda y a un amigote. Apostamos a ver cómo se llama. Yo digo que Pochola. Él, que Piluca. Nos informamos. Perdemos los dos. No les digo como se llamaba porque creerían que esta crónica es puro pitote. Bueno. El restaurante es una combinación de toldos y madera. Resulta difícil ver en Barcelona una poética del toldo. Las poéticas del toldo son meditaciones sobre la sombra. Sin sombra, y con el solano que cae por aquí, te puedes volver mongo. No obstante, las arquitecturas de por aquí gastan reparos en el cultivo de la sombra. Igual es que son arquitecturas del Planeta Mongo. El que la arquitectura de aquí se comporte como si Barcelona no estuviera aquí, da que pensar. No se vayan, que voy a pensar. Está bien. La chica se llamaba Chichi. - El sol, la sombra y la sensibilidad. El no comportarse como si Barcelona estuviera en la latitud que está, quizá sea la metáfora de una sociedad con su sensibilidad no solucionada. La sensibilidad es una región muy importante de la inteligencia. Yo, por mi parte, soy juligan de los toldos. Me gusta Italia porque sus ciudadanos tienen, estadísticamente, la sensibilidad solucionada. No les importa construir sombras en verano, mirarse el culo o comer melones. La mejor noche de, snif, mi vida, fue en Italia, entre toldos que fabricaban frescor, en un restaurante de carretera. Frente a una señorita vestida de 3-D. En los postres, unas lágrimas del melón que se estrellaba contra su boca cayeron por sus mejillas. Era tan feliz que me pareció que esas lágrimas de melón hacían ruido. Bueno. Cuando finalizó el cenorrio el propietario de la casa me llevó a un rincón del local. Me enseñó una cosa que, "como español", me dijo, "me haría gracia". Retiró un cuadro de la pared y allí aparecieron varias fotos del rey de España comiendo melón, como yo, en ese restaurante. Al señor del restaurante le hacia mucha ilusión enseñarme su secreto. A mí me la traía floja. Lo vio. Dijo: "Lamento haberle herido la sensibilidad" y escondió las fotos detrás del cuadro. No sé muy bien qué se desprende de esa historia. Supongo que no es normal que una foto te amargue una cena. Ni siquiera una del Fary comiendo limones. Como no es normal no tener toldos en el Sur. No tener la sensibilidad solucionada igual es algo propio de una sociedad que no habla mucho de sí misma, sino que se cree lo que oye de sí misma.
- La izquierda italiana. Bueno. Vuelvo a estar en la cena -sitúense: unas mesas más atrás, está Chichi. Por lo de la Biblioteca Vázquez Montalbán. Tener colección propia es importante. Mickey Mouse también la tiene. Pero también por otras razones. La obra del autor queda unificada. Ya no es novedad de temporada, y permanece en las librerías toda la vida, y no los 15 días preceptivos. Además, en este caso concreto, presenta la visión de conjunto de un autor extraño. Montalbán es el O. J. Simpson peninsular. Recuerden: O. J. Simpson era un señor negro a quien los televidentes norteamericanos no veían como negro. A Montalbán, en la Península, no se le observa como catalán ni como comunista. Catalán y comunista en ocasiones significa algo parecido a negro en los USA. Montalbán es, así, un exotismo, una sensibilidad solucionada. En su Biblioteca tienen oportunidad de contemplar ese exotismo. Una obra poética -uno de los tres primeros volúmenes de la colección que ha aparecido- que, junto a la de otros compis de generación, acabó definitivamente con la posguerra en los años setenta y abortó una vieja sensibilidad no solucionada. Una novelística encaminada hacia otras direcciones que las expuestas en la serie Carvalho -que, por cierto, no entra en esta colección. Y una ensayística que supone el aggiornamento ante la realidad de esa región de la inteligencia que se llama izquierda. Las izquierdas peninsulares, contrariamente de lo que ha pasado históricamente en Italia, tampoco ha estado mucho por esa faena.
- Florencia. En la mesa Montalbán, Marsé, Azúa, Mendoza hablan de la vida. Son autores que empezaron a cortar el bacalao en los setenta. En los setenta se esperaba que, en cuanto se produjera el hecho biológico aquel, por aquí viviríamos una nueva edad de plata literaria. Algo hacía sospechar que la cultura -e incluso, la política- española tendería hacia modelos italianos. Parece ser que no ha sido así. Es posible que, las únicas sensibilidades solucionadas de la ulterior cultura española sean, snif, ellos. Nuestra literatura se comporta como si el sol no existiera. Como nuestra arquitectura. Bueno. La cena avanza. Chichi se va -cada noche, snif, veo cómo algo que se llama así se pira. Mi amigote y yo le decimos adiós. No nos ve. Como al Sol. Y eso que somos igual de molestos.
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