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Crítica:MÚSICA Y DANZA - FESTIVAL DE GRANADA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lápida sin palabras

Fastos de Coronación

Las últimas jornadas del 49 festival granadino se han reservado para el final en lo musical sus platos de más efecto y sustancia. El Palacio de Carlos V ya tiene en sí mismo algo de mausoleo, de tumba abierta a la historia. Anteayer noche, allí mismo, sucedió un milagro del arte. Piedra eterna y música que se va, elementos que se conjugan y que permanecen. Fue un lujo oír esta Octava Sinfonía de Shostakovich, pocas veces programada para su audición en vivo, dirigida por el holandés Bernard Haitink, testimonio estético de nuestra era donde los hubiera. De nuestra vida. No hay pasado para tal partitura, sus silencios hieren, sus pizzicatos ahondan, sus metales abruman. Deberemos dejar pasar algunos años para valorar-entender eso que hemos vivido (es apenas la segunda o tercera vez que se oye en España esta obra).

Al final del concierto, entendidos y legos, señoras enjoyadas y asistentes de ocasión, todos sin resuello. Todos juntos. Todos mudos. Hubo un breve instante de duda antes de los aplausos. No era meditación, sino éxtasis. Es el poder de una música grande y magnífica que atraviesa el tiempo y su política, las convenciones y el mercado.

Si un festival es, como su nombre indica, una fiesta de sorpresas, esta vez en Granada se cumplió con creces su cometido. La Octava de Shostakovich es un canto al desastre, a la vez que un aviso de última hora a la redención en su escala más exacta y humana. Granada una vez más, como paisaje estival del arte, se vuelve telón de fondo a un profundo deseo de vitalización. Tras el concierto, lágrimas, silencios y una evanescente memoria musical.

Shostakovich no era un tipo juerguero. Eso se ve. Su obra sabe a tiempos duros, a pérdidas y a luchas y esta Octava es su acto de contrición, su Agnus Dei a la vez que su consagración sinfónica. La London Symphony Orchestra demostró ser una formación numantina en cuanto a que se entregó a placer de la partitura del director, como su violín concertino, un intérprete de fuste que da sentido más allá de un virtuosismo en el pianissimo a una esencia de canto tan ruso como universal. No en vano el compositor ruso luchó en su tiempo contra politicastros de turno y críticos de ocasión, pues esa música posee un poso y fondo contestatario que le da un crédito de eternidad por encima de cualquier arquitectura que no sea esa lápida, más que funeraria heroica.

A la mañana de ayer, en la Catedral de Granada, lo inédito en su calidad intrínseca se unió al factor sorpresa, le añadió ese pálpito especial que tiene lo desconocido no por antiguo menos deseado. La música para la Coronación de Carlos V en Bolonia (1530) sonó en el atrio barroco como un reflejo estético de todo un tiempo de esplendor imperial.Si el contratenor es un ángel no alado, como decía Porpora, en la Catedral granadina encontró parientes cercanos entre tallas doradas y telas cubiertas por el betún de Judea. La conjunción de piezas corales, de órgano y parafanfarria se empastó en una especie de mural sonoro capaz de transportarnos a los fastos de un tiempo a la vez que glorioso de ingente iniciación en lo musical. Hay que destacar a los contratenores del conjunto Odhecaton, su entonación y capacidad para enfrentar tan complejo repertorio.

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A estos cantantes se les vio acompañados de dos conjuntos tan prestigiosos como rigurosos: Cornetti e Tromboni y Ensemble Pian i Comercial Forte, que en su totalidad dan una idea bastante aproximada de lo que es la suntuosidad cortesana de los tiempos carolingios.

Entre otras novedades se pudo oir, una pieza de Josquin Desprez para cuatro voces hecha de manera inédita sobre un códice que se custodia en el Archivo Musical de San Petronio, en Bolonia. Y, como remate, el Regina Caeli, fragmento coral de Gombert que, adelantándose a su tiempo, reúne voces e instrumentos en una sorprendente coralidad.

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