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Madrid-Benidorm

"Adiós, Madrid, que te quedas sin gente", dijo el castizo al dejar el Foro rumbo a sus vacaciones estivales, que tomaba muy a su pesar, porque, como escribió el otro, Madrid en verano, sin familia y con dinero, era como el mismísimo Baden-Baden, lujoso balneario germánico donde corría más champán que agua y que allá por los felices veinte debía ser el colmo de la diversión, el juego y el retozo.Hoy, Madrid en verano a lo que más se parece es a Benidorm en la misma época. El género castizo se guarda dentro por el calor cuando llega la canícula y la Gran Vía, calcinada, es pasto de turistas como cualquier paseo marítimo, pero sin brisa, sin agua y con cuarenta grados marcados a la sombra de los termómetros digitales y públicos que exhiben, en la variedad está el gusto, una cifra distinta en cada esquina, demostrando que en nuestra Villa coexisten microclimas, cada uno de su padre y de su madre.

El centro de Madrid, despoblado en horas diurnas de sus elementos nativos y residentes que no se atreven a desafiar al deslumbrante Febo, implacable deidad fulminante, se repuebla con aves de paso, domésticas o exóticas, fácilmente reconocibles por su abigarrado y colorista plumaje: los machos de la especie de patas peludas que emergen de anchos bermudas, pecho estampado con camisetas de algodón, antifaz ahumado y cresta con visera y logotipo publicitario. Hay hembras miméticas con sus mismos atuendos y otras provistas de las más variopintas capas, piel de bronce asomando de tops ajustadísimos y culotes fosforescentes o rebosando entre pareos florales y escotadas blusas. El estilo Benidorm se impone en las ofertas veraniegas de los grandes almacenes, fingen los escaparates playas artificiales donde se tuestan simbólicamente maniquís anoréxicos con sus mínimas galas y abren tenderetes de baratillo donde se saldan las prendas sobrantes del verano anterior.

El estilo Benidorm domina en los cristales de bares y cafeterías y en sus pasquines, donde el menú del día demuestra que se puede ser analfabeto y políglota en cinco idiomas, con faltas de ortografía en español, francés, alemán, inglés e italiano. Tanta y tan flamante ignorancia tiene su excusa en la enorme dificultad que afrontan los traductores gastronómicos. ¿Cómo se dice berberecho en alemán, mollejas en inglés o percebe en francés?

Paella y gazpacho forman parte del esperanto turístico más común y son los reyes de la cocina veraniega internacional, con la sangría, de ignotos ingredientes disfrazados entre la gaseosa, el hielo y las rodajas de limón, que es el brebaje más solicitado por los conocedores de lo autóctono. Para que no falte de ná, para reforzar sus atractivos turísticos, Madrid, ex capital de la movida, inmovilizada a la sombra del Manzano, celebra en los rigores de la canícula varias fiestas tradicionales, ritos aborígenes localizados en barrios castizos y consagrados a vírgenes y santos de la rica panoplia local. Rosario de verbenas, procesiones y romerías, Madrid recupera el pelo de la dehesa, don Hilarión sacude la caspa de su levita y suena el organillo, la pianola mecánica inmerecidamente elevada al rango de instrumento musical de un folclore imposible.

En agosto, los turistas más audaces y avezados se atreven a sumergirse en estas reservas indígenas y hasta el más sueco acaba por enterarse de que Madrid es también un pueblo típico, un poblachón manchego, como Almódovar, venido a más. Sólo los más ingenuos, o los que viajan con guías caducadas y de segunda mano, echan en falta la sofisticación, el diseño y el glamour de la posmodernez que no aparecen por ningún sitio.

No hace falta mucho diseño, ni se precisa nada de glamour, sino todo lo contrario, para reconvertir a Madrid en escenario de obsoleta zarzuela, género chico, género ínfimo de verbena y orquestina; no existe, y esperemos que nadie se lo invente, un new-chotis, y las únicas perfomances en cartel son romerías o procesiones como la de la Virgen de la Paloma, que en agosto suele convocar a su alrededor a una comitiva de encorbatados ediles que tienen mucho que agradecerle a su popular patrona y cantan himnos marianos al compás que marca la batuta mágica, el bastón de mando del beatífico alcalde de nuestras penitencias.

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