Ciudades vivas IMANOL ZUBERO
Primer fin de semana de julio y se nota. Mi pueblo ha amanecido más silencioso que de costumbre y en las calles se adivina la ausencia de muchos vecinos que se han marchado de vacaciones, ausencia que sólo el paso de los días irá confirmando. Lo que ahora no es más que una sensación poco a poco se irá encarnando en nombres y rostros que echaremos de menos cuando no los encontremos al comprar los periódicos, o en la frutería, o en el parque infantil, o mientras tomamos unas cervezas al mediodía o a la noche. El pueblo parece recogerse un poco más sobre sí mismo, adormilado, como reacio a despegarse de las sábanas. Pronto empezarán a cerrar también las tiendas y los bares: unas en julio, otras en agosto, o unos días a caballo entre los dos meses. Y el pueblo se adormecerá aún más, cual si de una hibernación fuera de tiempo se tratara: suavizará su respiración, reducirá su ritmo y dejará que pase el tiempo. Pero no es más que un paréntesis. A finales de agosto, por San Bartolomé y, sobre todo, en septiembre, para San Antolín, volverán los ausentes a retomar su vida donde la dejaron un mes antes: volverán a comprar el periódico, la fruta o el pescado, retornarán con sus hijos a jugar en los columpios y el tobogán, se reunirán y completarán las cuadrillas de txikiteros, se pasará por la pequeña librería a recoger los libros de texto para el nuevo curso...Mientras esto ocurría en mi pueblo, el Gobierno del PP adoptaba una serie de medidas entre las que destacan la liberalización del precio de los libros de texto y de los horarios comerciales, denunciadas por editores, libreros y pequeños comerciantes como una amenaza a su actividad. Y sin saber muy bien por qué he imaginado un mes de julio o de agosto que se extienda todo el año. Un tiempo de desaparecidos, un tiempo de comercios cerrados que no sea paréntesis y descanso sino pavorosa cotidianidad. Un tiempo prolongado de calles vacías y convecinos ausentes.
En 1961, Jane Jacobs escribió Muerte y vida de las grandes ciudades. El libro analiza el cambio producido en los usos del espacio urbano en las ciudades norteamericanas, con la destrucción del pequeño comercio, y sus consecuencias para la vida de los barrios, convertidos a partir de ese momento en espacios vacíos tanto durante el día (por la ausencia de tiendas) como por la noche (por el miedo a la delincuencia). Barrios mixtos que combinaban actividades residenciales, comerciales, culturales y recreativas se convirtieron así en barriadas-dormitorio. Años después, en 1995, Andrew O'Hagan ha escrito un libro estremecedor titulado Los desaparecidos, en el que profundiza en una de las problemáticas apuntadas por la temprana obra de Jacobs: "Una de las imágenes más espantosas de América (imagen que se repite de forma terrible) es la de los niños que desaparecen en las aceras. Parece contradecir nuestro sentido más íntimo y arraigado del orden. ¿Ya no pueden jugar los niños en las aceras de enfrente de su casa?".
El denso entramado urbano de unos barrios y unos pueblos en los que no sólo se duerme sino en los que es posible pasear, descansar, detenerse a charlar, jugar en la calle, precisa del pequeño comercio. Precisa de tiendas en las que poder comprar lo mucho o lo poco, comercios en los que no se paga con tarjeta sino con dinero, donde se redondean las cuentas para no usar pesetas, donde se puede dejar a deber y pagar al día siguiente porque el cliente es sobre todo un vecino; tiendas y bares que a su función manifiesta suman la función latente de servir de punto de encuentro, de prolongación y sostén de la plaza pública. Estos barrios y pueblos con su pequeño comercio son una preciosa fábrica de capital social a la que no podemos renunciar ni siquiera en nombre del beneficio de los consumidores, pues somos mucho más que consumidores.
Por cierto, el libro de Jacobs hace tiempo que está descatalogado. Tuve la suerte de encontrarlo en uno de los puestos de libros de viejo de la cuesta Moyano, en Madrid. Lo grande no tiene por qué comerse a lo pequeño. Sobre todo porque, de hacerlo, se estará devorando a sí mismo
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