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Atado a las teclas de un piano

Ronda la edad de 20 años, sufre su íntimo calvario cada vez que tiene que hablar en público y tiene el corazón atado a las teclas de un piano. En su gaditano Barrio del Mentidero todos le contemplan como una promesa dorada de lo jondo, y no parece dispuesto a defraudar a sus vecinos. De aspecto tímido y frágil, la aventura musical de Sergio Monroy no ha hecho más que comenzar.Bailaor en sus inicios, pasó por el ineludible filtro del soniquete carnavalesco antes de volcarse en el flamenco. "Con 11 o 12 años, me regalaron un teclado chiquitito y me gustó. Entré en el conservatorio y empecé a tocar en algunos sitios, para el paso de la Virgen del Carmen, y eso...", recuerda. "No me gustaba estudiar, en el colegio era lo que se dice un personaje, por lo que, sin darme cuenta, me metí de lleno en el piano". Entonces comenzó a escuchar con devoción a los grandes maestros, Pepe Romero, Arturo Pavón, "pero sin copiarme, porque siempre he intentado buscar un estilo propio, diferente".

También arrimó el oído a la música netamente andaluza de un Felipe Campuzano, así como a los experimentos de fusión de Chano Domínguez. "Chano es el mejor, una máquina, lo mismo para el flamenco que para el jazz", proclama Monroy. "Aquí en Cádiz no se dan cuenta de lo que tenemos, y luego va Chano a San Sebastián y se lo comen".

Sin embargo, al joven no le quita el sueño correr la suerte de ser desdeñado por sus paisanos. "Hombre, a todo el mundo le gusta que le reconozcan su trabajo, pero yo me conformo con vivir de la música y hacer lo que yo quiera", comenta.

Sin proponérselo, aquel mal estudiante se ha revelado como la avanzadilla de un nutrido grupo de jóvenes flamencos dispuesto a recuperar la esencia de este arte. "Tenemos poco presentes a los antiguos", dice Monroy como enunciando un lema colectivo. Todos ellos conocen el peso de la tradición, se saben herederos de los fundadores de lo jondo y no quieren dejarse aturdir por los brillos de la bisutería moderna. Aunque escuche con gusto algunas audacias de sus compañeros de oficio, a Sergio no parecen caberle dudas de que "el cante por derecho va a volver, porque hay muy buena cantera. Cuando aseguran que el flamenco se ha acabado en Cádiz, yo digo que no ha empezado aún".

El pasado 2 de junio, Sergio Monroy recibió su bautismo de fuego en la Sala Central Lechera de Cádiz, de la mano de un joven maestro del cante como es Miguel Poveda. El gaditano viajó hasta Barcelona, fue a buscarle a su casa, tocó para él y le pidió que le diera la alternativa. "Miguel es un hombre que se vuelca, se vino del tirón", explica. De aquel concierto recuerda Monroy que se puso "bastante nervioso", no estuvo como otras veces, pero lo da por bueno, ya que "era la primera vez que tocaba con una figura".

Aquella cita sirvió también para que los críticos tomaran una primera medida de lo que Monroy puede ofrecer como pianista. Uno de ellos, Fermín Lobatón, lo expresaba con satisfacción: "A diferencia de lo que suele ocurrir con los músicos jóvenes, no corre, no ejecuta con ansiedad su repertorio". Sergio tiene su propio secreto: "Suelo imaginarme posibles fallos, para corregirlos, y uno de los peores es correr, que es mortal en una soleá o en una taranta".

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Hoy, Sergio Monroy compagina las partituras con el trabajo nocturno en una rotativa, con el que espera costear sus estudios en el Conservatorio Superior de Granada. Sueña con tocar "con Tomatito, Vicente, Potito, Estrella, Chonchi...". Le gusta tutear a sus ídolos: tal vez muy pronto pueda codearse con ellos.

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