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EL PERFIL

KIKO VENENO Un pollo con historia

Tereixa Constenla

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ienen algo de realismo mágico los orígenes de Kiko Veneno. Su padre, Bienvenido López, perseguía maquis por los Pirineos cuando conoció a la madre del artista. Por allá nació hace 48 años, en una tierra poco flamenca y con más nubes que claros. Un accidente temporal que no se le nota.

En la biografía del músico, que hace tiempo que dejó de llamarse José María, escrita por Luis Clemente (editorial La Máscara), confiesa que su primer recuerdo musical procede de Cádiz en plena faena carnavalesca. Allí pasó la infancia antes de que un nuevo destino del teniente Bienvenido depositara a la familia a las orillas del Guadalquivir, en Sevilla.

Fue un adolescente aplicado, que se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras. Allí se hizo hippie y rojo, conoció a Alfonso Guerra y se estrenó como cantante protesta en huelgas estudiantiles. A Felipe González le llegó el turno poco después, cuando asumió su defensa después de que a Veneno le expulsaran de la Universidad. Por ejercer de rojo. El rojo no lo pasó mal en la mili. Se alistó en 1971 como voluntario y se apuntó a la panda vasco-sevillana del campamento de Cerro Muriano. Finalizada su instrucción, le destinaron a Sevilla, al cuartel de su padre.

Su etapa posterior es la de un trotamundos. Suecia, Suiza y Estados Unidos, donde tiene uno de esos encuentros irónicos de la vida. Un joven judío le presenta a un gitano, que lo introduce en el flamenco. El vuelco definitivo, sin embargo, le llegó de la mano de Raimundo Amador en 1975, el punto de salida hacia esa transición que no sólo fue política. También la música se destapó y Kiko, que se estrenó con Veneno, en compañía de los hermanos Amador, con una portada discográfico que era una tarjeta de presentación: el título del álbum dibujado sobre una tableta de hachís.

El mismo día de 1977 que concluyeron la grabación, el Betis ganó la Copa del Rey. Una coincidencia definitiva para que el músico se alistara al beticismo como una corriente existencial o una terapia de grupo, porque el artista observa una cualidad "curativa" en la música. "Cura nuestros puntos oscuros y el cantante lo hace como un psicoanalista y sin cobrar a nadie", explicaba el año pasado en Logroño, durante el festiva Actual.

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Para entonces, ya había saltado esa barrera que separa a los consagrados de culto de los intérpretes populares. La barrera se llamó Échate un cantecito, un álbum impulsado por Santiago Auserón con letras reveladoras de los miedos, las denuncias y las guasas del compositor. Sus temas siempre tienen algo biográfico, aunque después de triturarlo con socarronería y veneno.

En su último trabajo La familia pollo, presentado la semana pasada en Sevilla, se atreve con esa jerga imposible del presidente bético, Manuel Ruiz de Lopera, en la canción Fijarse, una recopilación musicada de los traspiés de Lopera con el verbo divino. Están desde las "asandías (sandías) de Los Palacios" al platillo volante del difunto estadio Benito Villamarín. Pero hay más estribillos autobiográficos, que evidencian el permanente deseo del músico a ir contracorriente, como en Feos, una crítica contra lo políticamente correcto ("Yo no quiero ser de ninguna onegé", canta).

En el mercado discográfico vive ahora sus mejores tiempos, aunque a él le gusta recalcar que "la música es más importante que el dinero". En los momentos sombríos, después de que Veneno se deshilachara, de probar suerte como productor y participar en el programa La bola de cristal con Alaska, Pablo Carbonell y Santiago Auserón, llegó a mostrar su rostro más convencional. Kiko Veneno, el mismo al que habían largado de Suecia por cantar en la calle y robar unos vaqueros, el mismo que había trabajado en una fábrica suiza de ladrillos, el mismo que se construyó un chiringuito en Conil de la Frontera (Cádiz) en una especie de retiro espiritual, comienza a fichar a diario como empleado de la Diputación de Sevilla, entre 1986 y 1992, para coordinar la programación cultural. Hasta que le salió Échate un cantecito y el cuervo, como le decían por su cara, echó a volar.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Lisboa desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera en Andalucía. Es autora del libro 'Cuaderno de urgencias'.

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