Mensaje con bomba en Las Arenas
La discreción es norma en la alta burguesía vasca, incluso a la hora de hablar del brutal sobresalto que supuso para las familias que residen en la franja de oro de Las Arenas la explosión del coche bomba colocado por ETA la madrugada del pasado domingo en la calle Manuel María Smith. Albañiles y cristaleros se afanan aquí y allí en reparar tejados y ventanales desarmados por los 50 kilos de explosivo alojados en el maletero del Mercedes blanco, robado en Biarritz, que estalló junto al número 22. Sin embargo, costará menos tiempo restaurar los cuantiosos daños de las casi doscientas viviendas afectadas que la confianza sobresaltada de sus moradores.Hace ya décadas que muchos de ellos, con apellidos vinculados a los históricos capitanes de empresa vizcaínos, vivían en alerta permante, pero les ha impactado especialmente la ruda contundencia de la amenaza aparcada por ETA en la acera de sus casas,. "Pese al aviso, la onda expansiva pudo causar una tragedia. Mucha gente se libró por los pelos de que le cayera encima un techo o le golpeara un trozo de metal proyectado", relata un vecino.
Los expertos policiales descartan de plano la versión del atentado frustrado. No se han hallado rastros de un radiomando -que sugeriría la intención de hacer estallar a distancia la carga mortífera al paso de alguna persona o vehículo- y sí restos de un temporizador digital. Además, "la carga explosiva no estaba direccionada" ni se había introducido en un recipiente metálico, como es propio de los los otros coches bomba de ETA, argumenta un portavoz de la Ertzaintza.
Se trató, pues, de un bárbaro aviso. Fuentes de la lucha antiterrorista consideran que no hay que esperar a la reivindicación para interpretar que estaba dirigido a atemorizar a la clase empresarial. Pero los expertos no se ponen de acuerdo a la hora de afinar más el objetivo. Hay quien ve en el atentado una reclamación especialmente contundente del llamado impuesto revolucionario al empresariado en general, y en particular a la familia de Cosme Delclaux, el abogado de 37 años que hace ahora tres fue liberado por ETA tras permanecer secuestrado 232 días. Los Delclaux pagaron entonces mil millones de pesetas y se comprometieron a abonar otros 500 en los años sucesivos. No obstante, al producirse la tregua en septiembre de 1998, la familia, según las mismas fuentes, interrumpió los pagos y posteriormente desoyó las advertencias de la banda. Lo cierto es que, si bien Cosme no vive en el barrio desde que se casó, meses después de su liberación, el coche bomba estalló junto al chalé de la viuda de Manuel Delclaux, ex consejero del BBV y tío del secuestrado, y que en la calle paralela viven sus padres, Álvaro Delclaux y Carmen Zubiría.
Pero hay otros otros analistas que ponen el énfasis en la "tesis política". Según ésta, lo que ETA pretendió fue un golpe intimidatorio del calibre del atentado del IRA contra la City de Londres en febrero de 1996. Pero en lugar de atentar contra el lugar de trabajo de los empresarios y financieros vascos, ETA ha decidido golpear algo mucho más sensible, con un medio tan destructivo e indiscriminado como un vehículo repleto de explosivo: su entorno familiar, el área donde viven sus mujeres e hijos y que se consideraba protegido por los sistemas de seguridad privada. Según esta hipótesis, el objetivo perseguido no sería tanto recaudatorio como político. ETA buscaría utilizar a los empresarios como ariete contre el Gobierno del PP para conseguir que abandone su postura inamovible sobre la cuestión vasca.
En términos más anecdóticos, tampoco existe coincidencia a la hor de interpretar si la utilización en el atentado de un Mercedes fue un sarcasmo de ETA, que no se caracteriza por su sentido del humor (aunque sea del género siniestro), u obedeció al propósito de que no levantara sospechas. Si pretendió lo segundo, quedaría ratificado su despiste sobre la realidad vasca. Porque si hay un coche ajeno al estilo de las familias que viven en la zona ése es un Mercedes.
"Neguri no existe. El Neguri mítico del primer tercio del siglo pasado, e incluso el que pervivió hasta la transición, es ahora un mito", protesta con un deje de fastidio un directivo de una sociedad bursátil cuyos cristales también saltaron por los aires en la madrugada del pasado domingo. Como en su caso, centenares de familias con apellidos comunes se han ido asentando en las últimas décadas en esta zona de Las Arenas (el distrito cuenta en total con 20.000 habitantes de los 84.000 que suma el municipio de Getxo). Ocuparon el vacío que dejaron los descendientes de las estirpes históricas, cuando el terrorismo se cebó con ellos en forma de secuestros y asesinatos en los años setenta y les obligó a emigrar o a camuflarse en la grisura de la discreción.
"La conmoción ha sido enorme", resume un vecino de la zona, quien afirma que la indignación se dirige contra ETA, pero que sugiere que, en los próximos días, algunas miradas y voces van a elevarse también hacia el presidente Aznar.
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