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Tribuna:EUROCOPA 2000Las semifinales EL CUADERNO
Tribuna
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El gol como llave

Jorge Valdano

En los primeros minutos se juega el partido que quieren los entrenadores. Sólo un gol es capaz de sacar ese tapón táctico, y darle un mayor protagonismo a la rebeldía de los futbolistas. No conozco los datos comparativos, pero tengo la seguridad de que una de las grandes diferencias entre la Eurocopa de Inglaterra (insoportable en términos generales por la excesiva preponderancia de lo táctico y lo físico) y la de Bélgica-Holanda (más espectacular, porque los jugadores encontraron mayores espacios de libertad), es la gran cantidad de goles que se marcaron en el comienzo de los partidos. Es cierto que el gol fortalece la idea defensiva del equipo que pasa a ganar, pero el perdedor resigna orden por ir a buscar el empate, y rompe el equilibrio de pizarra que provoca choques múltiples en el medio campo. Dice mi admirado Andrés Neuman que una novela requiere "estructura y detalles". Ésa es, también, la materia de la que están hechos los partidos de fútbol, el problema son las proporciones. En general, cuanto más miedo, más estructura; y cuanta más estructura, más aburrimiento. Sólo cuando se está por debajo en el marcador la necesidad de empatar se impone al miedo a perder, y ocurren cosas que sacan a los equipos del letargo defensivo. Este artículo está escrito antes del Holanda-Italia, pero me animo a pensar que el famoso "Totti o Del Piero" pregonado por Zoff, sólo se convertirá en "Totti y Del Piero" el día que Italia tenga que elegir entre marcar un gol o volverse a casa. - El tiro del final

Decir que el fútbol es caprichoso es una generalidad. Caprichosos son los goles. El juego es el argumento, pero el gol es el problema, el detalle crucial, la llave que abre una puerta colosal. ¿Cuántas veces habrá tirado Raúl, con la imaginación, el penalti que no entró? ¿Qué cadena de acontecimientos hubiera producido su gol? ¿Qué estaríamos diciendo de España? ¿Y de Raúl? ¿Y de Zidane?... Lo pensé cuando Nuno Gomes enganchó un balón que, como una bala perdida que resulta mortal, se metió en un ángulo y adelantó a Portugal. De pronto, la selección con más juego y menos gol de toda Europa, encontraba el gol sin jugar. Mirado en perspectiva es otra cosa, pero si analizamos el fútbol por acontecimientos aislados, hasta los agnósticos terminamos creyendo que, detrás del juego, hay un dios chiflado muriéndose de risa. Raúl, el goleador frío e implacable, tira fuera un penalti de plata (si no de oro); Portugal encuentra el gol cuando peor juega. Uno está a punto de creer en la teoría del caos, pero el balón pasa por Zidane y se hace el orden hasta en los espectadores. En la tremenda discusión que antecedió al penalti decisivo, Zidane no participó. Prefirió bajar las pulsaciones, recuperar la serenidad, ajustar la mira. El tiro fue intachable: fuerte, esquinado, alto. De pronto, descubrimos que el partido lo había ganado el mejor equipo; que el penalti lo había metido el mejor jugador; que el gol sin juego de Portugal dejaba de tener trascendencia; que Raúl seguirá siendo Raúl... Si es verdad que hay un dios chiflado, de Zidane no se ríe.

- D'Artagnan y los tres mosqueteros

Desde que Brasil quiso compensar con táctica la vocación artística de sus jugadores, puso a dos mediocampistas centrales de lucha. Ese sólido cuerpo futbolístico, permite una mayor libertad de los laterales que, como dos largos brazos, van y vienen. Como las soluciones no son universales, a Portugal ese virus táctico lo mató de seriedad. Francia, por su parte, exagera la idea poniendo a tres mediocampistas centrales, pero sus laterales no tienen cuelo para darle elasticidad a los intentos atacantes. Deschamps es un Dunga con buen humor, un magistral volante de contención que se ganó el derecho (por veteranía) a contar con dos eficaces escuderos (Petit y Vieira). Como a los tres se les nubla el panorama a medida que se acercan al área contraria, suelen tener la misma idea: darle el balón a Zidane. El trivote da tranquilidad defensiva, pero le quita posibilidades al clarividente Zinedine, que cuenta con tres escudos y una sola espada (Henry, porque Anelka aún no cuenta) para hacer la revolución.

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