Cártama y Álora
Gracias a la edición conjunta de estos Repartimientos, Álora y Cártama son más que unos ecos literarios. Están presentes en el menudo verbenear de unos hombres, en la periferia cotidiana de unas gentes, en el quehacer silencioso de otras muchas. Un día, el adelantado Diego de Ribera puso cerco a Álora y allí quedó. Era en mayo de 1434 cuando -lo dicen los romances- hace el calor y los trigos se encañan. Y en romances se cantó la desastrada aventura; el bellísimo testimonio se imprimió en hojas volanderas por los años del siglo XVI cuyo título era Romance antiguo y verdadero de Álora la bien cercada.Tradicional era el romance y bien sabido por cultos e ignaros. Juan de Mena recordaría el triste suceso en un par de estrofas del Laberinto y una de ellas parece recordar el texto: "Aquel que tu vees con la saetada, / que nunca mas faze mudança del gesto, / mas por virtud de morir tan onesto / dexa su sangre tan bien derramada / sobre la villa non poco cantada, / el adelantado Diego de Ribera / es el que fizo la vuestra frontera / tender las sus faldas más contra Granada".
Álora entró con buenos tientos, pero con mal pie en la literatura española. El 22 de febrero de 1444, las Trescientas habían quedado listas. Por entonces ya se cantaba un poema que debió escribirse -poesía noticiera de la mejor calaña- a raíz de los hechos mismos. Pero los cristianos entraron en Álora y con ellos los romances, sí, y preocupaciones que nunca son buenas de olvidar.
En 1486, medio siglo después, Luis Puertocarrero llegaba como justicia mayor de la villa de Álora. Pero, en el alcalde, "más vale favor que justicia ni razón". Y el capitán y consejero de Sus Altezas no dio gusto a todos. La obra de los hombres es siempre inestable y cuando se echa cal, cae arena y si viene la arena, hubiera hecho falta cal. La cosa por trivial no deja de ser verdadera, y un judío castellano -de Tierra de Campos por más señas- escribió en el siglo XIV unos versos que, por su dignidad, nos hacen olvidar la vulgaridad de un aserto: "Quien antes non esparze / trigo, non lo allega; / si son tierra non yace, / a espiga non llega. / Non se pued' coger rosa / sin pisar las espinas; / la miel es dulce cosa, / mas tien' agras vezinas. / La paz non se alcança, / si non con guerrear; / non se gana folgança, / si non con el lazrar".
Y la verdad es que ni aun así. Tras el guerrear, la folganza no llegó, al menos para las voluntades de Puertocarrero. A Écija fueron los de Álora con sus quejas y el 28 de agosto de 1492, Juan Alonso Serrano llegó con su fardel de títulos -bachiller, corregidor, reformador, justicia mayor- para poner las cosas en orden. La suerte de Cártama anduvo condicionada por la de Álora: tomada esta villa, el rey mandó a Cártama al marqués de Cádiz "con la gente de su casa, e con la gente del cardenal de España, e otros capitanes, que serían fasta dos mil de cauallo", pero no hubo guerra: los de la villa querían hacerse siervos de don Fernando y el rey los acogió como tales.
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