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Tribuna:LA RENOVACIÓN DEL PSOE
Tribuna
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Estabilidad

Enrique Gil Calvo

La competición por la conquista del vacante liderazgo socialista comienza a animarse, pues, tras el tirón inicial que dio Rosa Díez haciendo de liebre, son José Bono y José Luis Rodríguez Zapatero quienes acaban de anunciar su cantada candidatura, amenazando con romper la carrera. ¿Quiere esto decir que ahora la cosa va en serio y que el 35º Congreso del PSOE ya se puede dar por resuelto si los recién llegados se ponen de acuerdo? No necesariamente. Como se ha subrayado, la vena anarquizante de las bases socialistas sigue latiendo impaciente y no es descartable que las tesis asamblearias de Manu Escudero impongan su ley en el cónclave de julio, convirtiéndolo en una auténtica jaula de grillos. Claro que tampoco importaría demasiado que fuese así, pues, dada la probable victoria de la derecha dentro de cuatro años, el PSOE puede permitirse el lujo de suscitar en su interior una prolongada tormenta de ideas que le permita renovarse de verdad a la salida de su travesía del desierto electoral. Pero ni siquiera en esto conviene exagerar, pues se corre el peligro de habituarse al barullo hasta convertirlo en una segunda naturaleza, cayendo en la adicción al suicida síndrome fallero nacido en el PSPV y que ya se ha contagiado a los guerristas de la federación asturiana.En cualquier caso, si descontamos el programa políticamente correcto avanzado por Zapatero, el mensaje que ha elegido Bono para lanzar su candidatura resulta muy revelador: autoridad, autonomía y fortaleza. Lo cual supone autopostularse como futuro hombre fuerte capaz de estabilizar al desmadrado PSOE, aunque semejante papel patriarcal no le cuadre muy bien a un Bono caracterizado por su meliflua imagen ampulosa y afectada de candidato de provincias (como se autorretrató ante Gabilondo) que habla demasiado despacio. Pero probablemente ha acertado en la elección de ese mensaje, pues, en efecto, lo que parece necesitar hoy el PSOE como cura de caballo es el cuidado de un auténtico líder estabilizador. La naturaleza le tiene horror al vacío, reza el dicho, y eso es lo que sufre hoy el partido socialista: un auténtico vacío de poder, causado por la doble espantada que dieron Borrell y Almunia incapaces de llenar el hueco dejado por el irresponsable González.

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Un brillante politólogo francés, Michel Dobry, definió las crisis políticas por la pérdida de la estabilidad, que hace incierto el curso de los acontecimientos y disuelve cualquier previsión. Pues bien, eso mismo es lo que se precisa para resolver las crisis políticas: imponer estabilidad. De ahí que la historia reconozca como salvadores o grandes hombres a los líderes estabilizadores que, por cualesquiera medios a su alcance, lograron calmar las agitadas aguas políticas convirtiéndolas en previsibles balsas de aceite. Éste ha sido, por ejemplo, el mérito unánime que se le ha reconocido póstumamente al dictador Hafez el Asad en sus honras fúnebres. Y éste es, también, el mérito histórico que se le reconoce a Cánovas, como creador de un sistema autoperpetuado (el canovismo) que permitió estabilizar durante casi 50 años el ingobernable liberalismo decimonónico español.

El gran fracaso de Suárez fue ése precisamente: no saber estabilizar la transición a la democracia. Y González, en cambio, sí supo hacerlo en un comienzo, gracias a su inesperada mayoría absoluta: de ahí que toda la derecha y, por supuesto, los mercados (como ahora se dice) le rindiesen pleitesía, reconociéndole como el gran estabilizador del sistema español. Pero González no supo crear un sistema ultraestable (el malogrado felipismo), capaz de perpetuarse en su ausencia, pues fue incapaz de evitar su desestabilización: de ahí sus lamentos actuales con los que busca justificarse. Por eso fue su principal desestabilizador, Aznar, quien usurpó primero y ha adquirido por derecho propio después el título de gran estabilizador. Y ahora amenaza con crear un régimen ultraestable capaz de autoperpetuarse, en copia española del PRI mexicano, para lo cual habrá de señalar con su dedazo un candidato capaz de sucederle. Algo que parece inevitable si no lo remedia algún posible Bono, con tal de que estabilice antes a un PSOE hoy por hoy inestable.

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