El flotador emocional
No es un médico de bata blanca, la prenda que coloca al paciente a distancia del que trata la enfermedad. Sabino Padilla tampoco cultiva la imagen de serenidad -otro cliché- de los que acostumbran a vivir a expensas de la salud ajena: se mueve rápido, mira en varias direcciones al mismo tiempo y parece con prisa, a punto de marcharse. No tiene otra cita, pero tampoco "tiempo que perder". Quizá porque enseguida estará de vacaciones. Lleva colgado en la espalda el cartel de Rey Midas de la medicina deportiva, etiqueta que unos le conceden con admiración y otros con sorna y sospecha. Condujo a Induráin, el mejor ciclista español de todos los tiempos, y dibujó la transición de Fiz, un buen atleta local, hacia el estrellato: fue campeón del mundo de maratón. Y tanto éxito, tan sonado y espectacular, le valió un signo de interrogación por corona. Por toda defensa, se parapetó en el estudio bulímico de la medicina deportiva para avanzar, crecer y responder con mayor sabidurái, escasa palabrería y hechos a los que le colocaron tan engorrosa corona.
Modesto o, sencillamente sincero, Padilla se atribuye un porcentaje ridículo de los éxitos de sus atletas, con los que mantiene una relación casi paternal, tal es el grado de confianza que (casi por contrato) éstos le profesan. ¿Acaso hay alguien que no ha creído ver alguna vez una figura salvadora en su médico de cabecera? El deportista profesional, ante la envergadura de los retos que afronta, necesita de estos asideros, de un flotador emocional.
Sin el título académico de psicólogo, Padilla ejerce a menudo esta función con sus clientes, deportistas a ratos vencidos por el peso de la responsabilidad, por la amenaza del fracaso o por la euforia del éxito. Su carácter directo y su sinceridad le avalan. Sin la confianza de sus interlocutores, asegura, su trabajo no tendría razón de ser.
Ante los medios de comunicación, Padilla tolera con muchísima dificultad el debate en torno al dopaje, sobre todo ahora que se ha aireado la implicación de médicos italianos o franceses en el llamado doping sistemático. Lógicamente, sabe de la facilidad que algunos poseen para trazar equivalencias (sin pruebas que apoyen su juicio) y argumenta que la medicina no ha inventado la cara oscura del deporte, la que lo convierte en un mero negocio deshumanizado.
Abanderado de una generación brillante -por adelantada- de médicos deportivos, Padilla se benefició en sus inicios de los estudios cursados en Lyón (Francia), un país pionero en este terreno. Ambicioso y perfeccionista, sigue buscando la sabiduría en los estudios, ejercicio que le concedió el respeto que ahora protege.
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