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Una rueda con principio y fin

Cirque du Soleil abandona Bilbao tras seis semanas en las que ha atraído a 107.000 espectadores

Naiara Galarraga Gortázar

Suena una vieja canción de Héroes del Silencio en un radiocasete. Un joven en bermudas y camiseta playera intenta una y otra vez hacer un singular giro con una rueda alemana. Otro, con indumentaria similar, observa atentamente cada movimiento. De vez en cuando, se acerca. Charlan en inglés. Son las 13.20 en Bilbao. Benjamin, el pupilo, y Chris, que por unos días hace de instructor, ensayan el primero de los números de Quidam. Durante las últimas semanas se han turnado sobre el escenario.La vida de ambos está cambiando y a partir de esta tarde, tomarán direcciones opuestas. Chris Lashua, estadounidense, 32 años, se mudará a Las Vegas. Se acabó la vida de trotamundos en la que lleva embarcado muchos años. Benjamin Kahan, francés, 22 años, empezará en cambio a trotar por Europa. La única función de hoy -la despedida de Cirque du Soleil de Bilbao por mucho tiempo- es el momento del relevo definitivo.

Chris abandona la troupe aunque seguirá vinculado al circo, pero sin cambiar de ciudad cada dos meses. Lo lleva bastante mejor de lo que esperaba. "Me parecía que sería muy raro ver a alguien en mi número, con mi traje, mi música... pero no lo está siendo.". Sus motivos para enfatizar cada uno de los posesivos son de peso. A base de muchas horas de entrenamiento solitario, perseverancia, paciencia y más paciencia, logró convencer a los responsables artísticos de este singular circo para que incorporaran el número al espectáculo Quidam, que entonces se gestaba. Ahora trata a Benjamin no cómo a un competidor sino como a un pupilo.

También hay relevo en el número de los payasos. Una de las nuevas hace bicicleta en la carpa contigua. Son las tres de la tarde. Suda a chorros. Es Begoña, una joven nacida en Portugalete que desde hace años vive en París. Se acaba de sumar a este circo que en 1984 crearon unos artistas callejeros en Quebec. Empezó en la escuela de teatro de Getxo, pasó por la escuela parisina Lecoq y ahora pedalea kilómetros sin moverse un ápice para ganar fondo. "La carpa es tan grande que hace falta respirar el triple, hablar tres veces más fuerte y moverte como un gorila". Mientras habla, dos de las niñas chinas de los diábolos juguetean con el hijo de Chris. Nadie más ensaya a esa hora.

Bejamin se va al hotel. Chris se acerca a la cocina de esta aldea que el circo ha levantado en Abandoibarra y se come una hamburguesa con patatas. No hace dieta. Aunque sí hay quien vive básicamente de ensaladas. Un par de horas antes de la función es la hora punta en el lugar. Por allí pasan todos. Los artistas antes de emprender la laboriosa tarea de maquillarse, y los técnicos una vez han dejado todo a punto. A la entrada del recinto, hay aparcadas no menos de 50 bicicletas. Con ellas se mueven; a sus apartamentos, los que tienen familia, y al hotel, el resto.

Existen casi tantas vías para entrar en esta familia como miembros tiene. A Chris lo ficharon en Japón. Hacía exhibiciones en bicicleta, algo muy californiano.

Benjamin llegó por casualidad. En enero de 1999, se aburría soberanamente con sus estudios de preparador físico. No había oído hablar del Cirque du Soleil, pero logró que le hicieran una prueba. Les gustó. Meses después le llevaron a Montreal, a la escuela del circo. Cuatro meses pasó allí. Luego, saltó a Bilbao, al escenario. Llevaba una década haciendo gimnasia deportiva y, de repente, se encontró aprendiendo danza e interpretación.

Ni ellos ni sus compañeros se enfrascan en el más difícil todavía del circo tradicional. Hacen otra cosa, que ni para ellos es fácil describir. Para Chris es "intenso". A secas.

Cuando Quidam llegue a Rotterdam (Holanda) el 12 de julio, Benjamin será la única pareja de baile de la rueda alemana. Dentro de ella girará cada noche como hacía Chris. Aunque a la inversa, uno es zurdo y el otro, diestro.

Un cóctel trepidante

Cirque du Soleil se va de Bilbao. Ha escogido una hora taurina, las cinco, para despedirse. En las últimas seis semanas, 107.000 personas lo han visto en la ciudad. Tres veces han tenido que prorrogar su estancia junto al Museo Guggenheim.

Malabarismo, acrobacias, contorsionismo, diábolos, equilibrismo, payasos. Son los ingredientes de un cóctel sazonado con música en directo y un detallista montaje de luces, coreografía y decorados.

Dos horas y media de acción trepidante. Cada movimiento está milimetrado y en el escenario no hay un solo segundo de descanso. Algunos de los números varían sensiblemente a veces. Las dos chicas del último número, Banquine, el de los 14 acróbatas ucranios estaban acatarradas la semana pasada. No importa, el grupo tiene 12 variantes que ponen en escena dependiendo quien falte. Un fin de semana no hubo estatua, una pareja que hace unos equilibrismos inverosímiles. Ella estaba en Portugal en la boda de su hermano.

Esta despedida es también la despedida de España. Al llegar los seis miembros del club del libro de Quidam, empezaron El Quijote. Dos lo han terminado.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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