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Pogrom

En Dover, se han asfixiado 58 inmigrantes, en el interior de un camión; en Mijas, 37 estuvieron a punto de achicharrarse en una furgoneta, víctimas de un comercio infame. Hace algo más de un siglo, se los capturaba en su hogar, se los encadenaba y se les subastaba en las ferias de ganado. Eso sí, sin el riesgo de las pateras, ni del asfalto: viajaban en las bodegas de los bergantines y a nadie le importaba su identidad. Ahora, se les obliga a hacer cola y en lugar de marcarlos a fuego, se les pone un sello. En Gran Bretaña, se ha pedido ayuda para desbaratar el "obsceno tráfico de seres humanos". En España, el Gobierno ha expulsado a los sin papeles, violando así, según los magistrados y fiscales, una Ley de Extranjería, que aún se quiere endurecer. La Europa luterana o católica, putona, arrogante e inclemente que saqueó y degolló naciones, pretende lavarse las manos. Cuando rapiñaba la tierra ajena, si un nativo les pedía el DNI, lo decapitaban o lo quemaban en la hoguera, sin más contemplaciones. Iban a lo suyo: las especias, los diamantes, el oro, y la carne, para el trabajo o para la cama, si era de hembra con la adolescencia de canela. Esa Europa, y esa España imperial, fingen una mala conciencia, que se desvanece apenas acaricia las cajas acorazadas de su banca. Gustave le Bon, para justificar cínicamente tanta xenofobia dijo: "Los extraños alteran el alma de los pueblos". Pero lo que alteran es la memoria y la bolsa. Y no sólo los extraños de afuera, sino los de andar por casa, como los gitanos. Almoradí no debe acuñarse en el medallero del racismo militante, junto a El Ejido. Pero tampoco se pueden solventar hechos tan intolerables alegando que fue algo puntual y en un momento de cabreo. Señor alcalde, por favor. Los zaristas cuando se cabreaban, devastaban minorías étnicas y le decían pogrom. Y Hitler, como hablaba en raro, a tales cabreos los llamaba Kristallnacht o noche de los cristales rotos. Almoradí tuvo su deplorable noche de las casas incendiadas. Quizá no fue más que un mal sueño y las autoridades no terminan de espabilarse. Veremos qué pasa cuando dejen ese limbo del bostezo.

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