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Sólo siete toxicómanos se inyectan cada día en la narcosala cuando lo previsto eran 150

La narcosala abierta desde el 24 de mayo en el poblado marginal vallecano de Las Barranquillas ha atendido a 530 toxicómanos en su primer mes. Pero sólo el 40% de los drogodependientes recurrieron a este nuevo dispositivo para el fin con el que se creó: inyectarse heroína o cocaína en una cabina higiénica y bajo control médico. Cada día, unos siete toxicómanos se pinchan en esta unidad, cuando las previsiones son llegar a los 100 o 150 diarios. El resto de los usuarios acuden a obtener jeringuillas o información. Por Las Barranquillas pasan unos 4.000 drogodependientes diarios, pero no todos son consumidores por vía intravenosa, que es a quienes va dirigida la narcosala.

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Tres sobredosis fuera del local

La sala de venopunción va dirigida a los drogodependientes más desarraigados que malviven en Las Barranquillas alejados de la red sanitaria y asistencial. Ofreciéndoles un lugar higiénico donde consumir bajo control médico se pretende atajar las infecciones y enfermedades que les aquejan por pincharse en basureros y descampados y también se busca acercarlos a los centros de atención.Una cuarta parte de los 530 toxicómanos que han pasado por el dispositivo han recurrido a él dos o más veces. El 40% eran mayores de 35 años y el 88% hombres. Sólo 26 han pedido que se analice la sustancia que iban a consumir (se trata de un análisis cualitativo, que indica qué drogas componen cada papelina, no su proporción ni con qué están adulteradas).

En este mes el equipo de la narcosala ha derivado a 38 toxicómanos a hospitales, por problemas de salud, y a centros de atención a drogodependientes. Se han atendido, asimismo, 21 urgencias relacionadas con consumo de drogas.

Adolfo no responde al prototipo de toxicómano al que va dirigida la sala, pero se ha convertido en un habitual de ella. Con buen aspecto y mejor trato, este vecino de Villaverde, de 34 años y 15 de adicción, tiene vivienda y trabajo "en el que nadie puede quejarse" de su productividad. Pero él tiene clara la utilidad de la sala de inyección. "Es mejor consumir allí, con aire acondicionado y limpieza, que en la calle, y además son gente muy maja y te dan todos los trastos de matar", explica refiriéndose a que en el local facilitan jeringuillas, agua destilada y toallas.

Pocos usuarios

"Por ahora la usamos pocos, sobre todo teniendo en cuenta la de gente que pulula cada día por Las Barranquillas. Algunos se quejan de que está lejos [a un kilómetro de la zona de más trapicheo], pero eso me hace gracia porque mucho más tenemos que andar para venir a pillar y lo hacemos", explica este drogodependiente, que acude a pie desde Villaverde Bajo.

A Juan (nombre ficticio) la narcosala le interesa poco. Alguna vez ha acudido a ella para obtener jeringuillas nuevas. Pero sólo cuando no estaban en el poblado otras organizaciones como Médicos del Mundo, Radar o Universida, que hacen ese intercambio en pleno cogollo del asentamiento.

"Para ponerme, ahora que hace buen tiempo, prefiero la calle, bajo una sombrita, y, eso sí, siempre con una jeringuilla nueva y con agua limpia", asegura este chaval de 20 años enganchado desde hace seis. "Cuando trasladen aquí el centro para ducharse y comer que está ahora en La Rosilla la cosa cambiará, pero por ahora no me apetece ir a la narcosala a pincharme", añade este joven con marcado acento gallego mientras arrastra un pie herido de caminar horas y horas con unas zapatillas destrozadas.

Tres hombres que se inyectan junto a una tapia afirman, paradójicamente, que a ellos la narcosala les parece muy bien. "A veces vamos a ella, pero, claro, no siempre", se justifican. Otro toxicómano que hace cola ante la furgoneta de la asociación evangélica Betel para que le den yogures está menos informado: "Me acabo de enterar de eso de la narcosala".

En el descampado situado a la entrada del poblado cada día siguen pinchándose heroína y cocaína centenares de drogodependientes ajenos a la existencia de la sala de inyección. Ana, de 31 años, es uno de ellos. "Vengo poco y siempre en cundas (coches particulares que llevan a los toxicómanos desde el centro de la ciudad hasta Las Barranquillas a cambio de 600 pesetas), con lo que no puedo decirles a los demás ocupantes del coche que me esperen para ir a la narcosala", afirma. "Si querían hacer algo útil tenían que haberla instalado en este descampado, donde consumimos todos, y no tan lejos".

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