Un desespero
La entrevista entre Aznar e Ibarretxe no puede ser considerada como un fracaso porque nadie tenía derecho a esperar nada de ella. Pero tampoco es un acontecimiento inocuo: como la tragedia griega a menudo el ritmo de la política vasca parece un encadenamiento de sucesos dirigidos a un fin desastroso e inevitable. Aunque no se llegue a él, tal sensación produce un resultado más deprimente todavía. Lo malo de la entrevista es que los resultados que en principio eran previsibles se han reproducido al milímetro. Eso no demuestra firmeza, sino un enrocamiento de los interlocutores que ni siquiera depende de los principios, sino de circunstancias creadas por el terrorismo o por el impacto que tiene en los medios de comunicación y en la opinión. Y, a su vez, lo que sucedió el jueves tendrá un efecto poco positivo sobre un próximo futuro.Para romper este círculo vicioso cabría recurrir a un ejercicio de Historia virtual, es decir a tratar de imaginar, a partir de las posiciones de cada uno y sin necesidad de forzarlas, qué podría haber sucedido para llegar a un resultado distinto. Algunos, respecto de la política vasca, somos acusados de equidistantes, lo que es por completo falso porque no ponemos en idéntico plano la vida humana y una ideología cualquiera. Pero el resultado de este ejercicio de Historia virtual arroja en ocasiones resultados semejantes en cada sector.
Pese a lo que pueda parecer, Aznar está en un momento dulce desde el punto de vista político en torno a la cuestión vasca. Quien juzgue sarcástico este calificativo basta que tenga en cuenta la actitud de muchos intelectuales que nada tienen que ver con el PP. Pero Aznar no se da cuenta de que también tiene fragilidades de fondo. Parte de sus apoyos los recibe sólo por frases felices, como la que le espetó a Anasagasti, o por coincidencias que no rebasan lo circunstancial. Una postura de dureza, antes y después de la entrevista, tiene su lógica. Pero lo que carece de sentido es reñir con carácter previo a aquél con quien te vas a entrevistar, no acudir a consultas en Vitoria, tachar al PNV de "colega" de ETA, pedir que los nacionalistas dejen de serlo o asegurar que el único problema es el terrorismo, cuando si fuera así se hubiera acabado como las Brigadas Rojas en Italia. Aznar hubiera podido suspender la entrevista, aplazarla hasta el momento en que el PNV rompa la colaboración municipal con EH o pedir que el PNV precise su idea sobre el marco vasco de decisión, con lo que se le crearía un problema. Pero no ha hecho nada parecido.
Las circunstancias le han concedido a Ibarretxe un papel decisivo pero, por más que tenga razón en casi todos los reproches que hace al Gobierno, tenía la obligación de venir a Madrid partiendo de una más clara ruptura con el pasado -por ejemplo, suspendiendo la colaboración PNV-EH en los ayuntamientos- o con alguna idea más precisa respecto del futuro. En vez de hablar del perenne conflicto vasco podría haber propuesto, pongamos por caso, un referéndum o, si en verdad lo primero es la vida humana, reclamar que las víctimas de los GAL tienen también derecho a indemnizaciones legales o, aun más, proponer un procedimiento común de reacción cuando se produzca un nuevo atentado.
Porque si un ejercicio de Historia virtual deja mal a los dos interlocutores, la proyección hacia el futuro de ese ejercicio tiene idéntico resultado. Tal como van las cosas se ha dado un pasito más en el camino de que el PP vasco tenga cada vez más votos y esté cada vez más aislado y, si gana, se encuentre con el interrogante de qué rumbo seguir luego. El PNV se sigue moviendo con lentitud geológica hacia el pacto con el PSOE y, al mismo tiempo, deja caer nuevos argumentos para que se le ataque. Nadie va a recordar ahora que los contactos con ETA, que dice seguir manteniendo, se iniciaron por Suárez antes de la elecciones de 1977, como revela el libro reciente de Bardavío, Cernuda y Jáuregui sobre los servicios secretos españoles. Mientras tanto, en una lontananza, por desgracia nada virtual, se presenta la eventualidad de un nuevo atentado sin una reacción unánime de los demócratas. Un desespero.
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