Despedirse con honor
Seamos educados con aquellos equipos que se van de la Eurocopa antes de lo esperado, y sin nada que reprocharse. Despidamos a Dinamarca que, huérfana de la familia Laudrup, luchó contra sus limitaciones y perdió con osadía colectiva, con esfuerzo, con dignidad. Y despidamos, también con honor, a los gigantes checos que terminaron el campeonato desordenados por la ansiedad, pero dejándonos una sensación de pérdida. Nos quedamos sin Koller, el pívot con buen pie; sin el dinámico y entretenido Poborsky, un jugador que se exalta en las Eurocopas; sin Nedved, que regó el campo de sudor y fútbol (sobre todo frente a Holanda); sin Repka y sus ojos desorbitados de asesino en serie; sin Smicer, un zurdo que la toca bien, pero se ve arrastrado por el alocamiento de sus compañeros... Ni la República Checa jugó peor que en Inglaterra 96 (donde alcanzó la final); ni Dinamarca es menos ahora que en Suecia 92 (donde fue campeón), lo que ocurre es que el fútbol tiene sus caprichos, y lo que les regaló en aquella ocasión, se lo quitó en ésta. - Lucha de clases al revés
Los equipos nórdicos se mueven por el campeonato con paso desigual: Dinamarca se va, Suecia está en capilla, Noruega se siente fuerte... Haber llegado a la fase final de la Eurocopa ya tiene mérito, y explica la vitalidad de un fútbol físico, en donde los jugadores tienen la humildad de pensar colectivamente. La capacidad para asumir ese "uno para todos y todos para uno", tan alejado de la sensibilidad latina, los hace fuertes como equipos y los cotiza individualmente. Materia prima disciplinada, corpulenta, y con un instinto competitivo de primera calidad que es codiciada por las Ligas más prósperas. Este reconocimiento al fútbol nórdico me sale forzado, y no sólo porque su estilo sea frontal. A un suramericano, el fútbol del norte de Europa le resulta remoto. Calor contra frío, virtuosismo corto contra pases largos; fútbol arrasador contra fútbol pausado... La globalidad atenúa los estilos, pero mientras no cambien el clima, las condiciones sociales y la memoria colectiva, nacer en Uruguay, desencadenará respuestas futbolísticas distintas que nacer en Noruega. Pero vayamos al detalle. El día que Dinamarca se enfrentó a Holanda, el danés Heintze salió del campo para colocarse una lentilla. Lo ayudaba un masajista, que lucía un impecable Rolex Daytona. Yo, que miraba la escena desde un primer plano televisivo, me dije: "Hasta el masajista tiene un Rolex". Entonces entendí que mi prejuicio es suramericano, barato, de los tiempos en que el fútbol no cotizaba en Bolsa. Consiste en creer que el fútbol forma parte de la cultura de la pobreza, y que es imposible jugarlo bien sin pasar por la miseria. Como los prejuicios son estúpidos y tercos, desde que descubrí la razón de mi injusticia sigo pensando exactamente lo mismo que antes de descubrirla. Al menos, por una vez, el racismo va a contramano: de los pobres hacia los ricos.
- El jugador y el entorno
El peruano Solano realizó una buena temporada en el Newcastle, pero cuando se pone la camiseta de la selección de su país, su rendimiento cae en picado. Pacho Maturana conoce la enfermedad y hasta le puso nombre: "El problema de Solano es que se peruaniza". Es decir, sufre las consecuencias negativas del entorno, incluso en su vida privada. Tengo la sensación de que ese problema no existe en Europa, donde los futbolistas muestran un alto nivel de compromiso y de disciplina, cuando juegan con la selección. Los hombres castigados por el sistema táctico: Larsson en Suecia, Del Piero en Italia, Cocu en Holanda... contribuyen al proyecto colectivo con un indiscutible sentido de la responsabilidad. Si les importa poner en peligro su prestigio, lo disimulan muy bien. Acordemos que futbolistas buenos, aunque estén rodeados de malos compañeros, o de malas condiciones, hay muy pocos. Existen genios, como Maradona, que sólo necesitan un balón para modificar las cosas. A estos prodigios la inspiración parece hincharlos y, convirtiendo a sus adversarios en seres inferiores y a sus compañeros en adornos necesarios, se proponen ganar el partido, y lo ganan. Ejemplares de esa estatura futbolística sólo nacen tres o cuatro veces en un siglo; todos los demás son deudores de su entorno. Incluso Zidane, de quien decimos con frecuencia que hace mejores a sus compañeros y olvidamos decir que, para ser mejor, necesita de los movimientos inteligentes y profundos del resto del equipo. Zidane junta, en la selección, los requisitos ideales: por un lado, a él le toca poner el compromiso, el sentimiento, la inteligencia; por otro lado, el entrenador le pone las condiciones adecuadas. Maturana diría, con cierta envidia, que "la ventaja de Zidane es que se afrancesa".
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