_
_
_
_
Tribuna:LA CASA POR LA VENTANA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La condición más transparente

JULIO A. MÁÑEZLos filósofos de toda la vida, desde Platón hasta Sartre por lo menos, pasando por María Consuelo Reyna o Joaquín Calomarde, se han comido los sesos en su intento de definir no ya los límites exactos de la condición humana, que ésa es tarea de antropólogos y otros científicos igualmente científicos, sino más bien los términos paraliterarios en los que una experiencia tan de elepé podía ser descrita al tiempo que comprendida. El secreto de los sistemas filosóficos reside en que su especulación última queda a expensas de la ordenación de un nuevo sistema que se sustenta en el anterior a la vez que lo desvanece en sus propósitos. Es el misterio de un proceso intelectivo que rara vez, quizás hasta Marx, ha querido afrontar sin reservas los problemas de la cesta de la compra diaria, cuestión que ya en la modernidad ha dado en depositarse en manos de los sociólogos críticos, seguidos muy de cerca por los economistas progubernamentales. Ese confortable panorama de fin de siglo, de fin de todos los siglos que otros han vivido, se ha modificado de una manera radical a manos de la hermenéutica de los profesionales, gente rompedora y de buen ánimo que no carece de la explicación consecuente sobre los detalles más impenetrables de su actividad. La novedad consiste en que el misterio está ahora al alcance de todos los bolsillos televisivos, pero el secreto sigue estando en otra parte, quizás en ningún lugar.

Los mayores problemas de la Humanidad, como los que afectarían al discernimiento de la identidad, tarea que ha dado en proporcionar tantas lumbreras como las farolas de Juan Vicente Jurado en épocas más oscuras, se dilucidan cada vez con mayor frecuencia mediante el hábil recurso promocional a lo particular, cuando no a la simple instancia personal, de manera que no faltan, sino todo lo contrario, profesionales de la restauración dispuestos a asegurar que somos lo que comemos, modistos vocacionales que dicen a quien quiere escucharles que somos lo que nos ponemos, bailarines de contemporánea resueltos a sugerir que somos como nos movemos, novelistas de éxito propensos a aseverar que somos lo que leemos, peluqueros que se apuntan al jolgorio pese a la opinión contraria de los diseñadores de interior, arquitectos de segundas residencias, bodegueros de postín que discrepan afirmando que somos lo que bebemos, zapateros que tienen su propia opinión totalizadora sobre el calzado, trileros que no se atreven por ahora a decir la suya, locutores que atribuyen la identidad verdadera a las distintas emisiones de voz, y una legión de diseñadores de inodoros en trance de jurar por su negocio que somos exactamente lo que defecamos. Además de Lolita Flores, que es exactamente como sus asombrosas presentaciones televisivas dicen que es, y de los siempre esperanzados constructores de féretros estrictamente mortuorios, tan dispuestos a convertir en algo más divertido el habitáculo de la última morada. Al contrario de lo que cree Umberto Eco (que bien merecería llevar una hache muda como principio de su nombre por haber escrito algunas de sus novelas), la decadencia de Occidente no comenzó con la sustitución del papel de estraza y su destreza por el rollo de celulosa industrial en el íntimo repaso, sino cuando se decidió decorar ese papel higiénico con florecillas impresas, como si el llamado ojo del culo hubiera de sumar a sus benéficas funciones también la de la visión retrospectiva.

Esta multidisciplinar aproximación a la diversidad del ser, tan propia del desconcierto que el azar de calendario atribuye a los fines de siglo, tiene la misma pega de siempre, su feroz optimismo a la hora de extender a todo bicho muriente una capacidad de elección que acaso esté más restringida de lo que se considera a primera vista. Así que, modernos y finiseculares, o al revés, invito a Zaplana a que asevere con la seriedad que le caracteriza que somos como gobernamos, con lo que no tendrá más remedio que incluir a Fernando Giner entre los damnificados por esa observación, y a José Manuel Uncio a reafirmar que somos como gestionamos crédito y empresas. Consuelo Ciscar podría añadir una vez más que somos como museamos, y Julio Iglesias -el cantarín teórico del impuesto emocional- puede observar que somos como cantamos, que no se qué será más dañino. Así las cosas, ni siquiera es preciso que Rita Barberá apunte que somos como alcaldamos, Cipriano Ciscar que somos lo que manejamos, Arévalo que somos como contamos los chistes o como los chistes que contamos o como los chistes nos cuentan, o Francis Montesinos que todos somos como La Geperudeta, esa virguera síntesis femenina que tanto dice de nosotros. Monseñor García Gasco todavía está a tiempo de decir que, en realidad, somos como la Virgen de los Desamparados. Aunque tal vez más lo segundo que lo primero, para qué nos vamos a engañar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_