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Gobierno progresista para el siglo XXI JOSÉ MONTILLA

Nunca ha dejado de sorprenderme la machacona insistencia de los conservadores y de los defensores del pensamiento único acerca de la presunta irrelevancia del socialismo y de la izquierda. Caído el Muro de Berlín, la izquierda se acaba; muerto el perro, se acabó la rabia. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. A mi juicio, el proyecto socialista sigue vigente y para afirmar su contenido y su relevancia basta señalar la importancia del encuentro Gobierno Progresista para el Siglo XXI.Convocados por Gerhard Schröder, se reunieron en Berlín 14 jefes de Estado y de Gobierno dispuestos a trabajar juntos para alcanzar el objetivo que el comunicado final definía con precisión: "Creemos que las economías de mercado deben complementarse con responsabilidad social para crear crecimiento a largo plazo, estabilidad y pleno empleo, promover la justicia social y proteger el medio ambiente". Tales eran los objetivos que reunieron hace días al canciller alemán con Bill Clinton, Helen Clark (Nueva Zelanda), Ricardo Lagos (Chile), Fernando Enrique Cardoso (Brasil), Fernando de la Rua (Argentina), Wim Kok (Holanda), Costas Simitis (Grecia), Lionel Jospin (Francia), Jean Chrétien (Canadá), Goran Persson (Suecia), Giuliano Amato (Italia), Thabo Mbeki (Suráfrica) y António Guterres (Portugal). Por razones bien distintas faltaron a la cita Tony Blair (Reino Unido) y Ehud Barak (Israel).

La fuerza de las ideas progresistas no se debe sólo a la vigencia de los valores de libertad, igualdad, justicia y solidaridad, sino también a causa de la conciencia creciente sobre la injusticia del mundo que nos rodea. El último Informe sobre el desarrollo humano de Naciones Unidas nos recuerda que hoy en el mundo hay 2.600 millones de personas que no tienen acceso al agua potable. Contiene además otros datos escandalosos: casi 840 millones de personas están desnutridas, más de 250 millones de niños son forzados a trabajar, más de 850 millones de adultos son analfabetos, casi 340 millones de mujeres no sobrevivirán a los 40 años y hay más de 12 millones de refugiados. ¿Se necesita algo más para justificar la plena vigencia del ideal socialista?

Evidentemente no. Los socialistas hemos de impulsar un nuevo orden económico internacional que no puede limitarse a una cooperación caritativa y tranquilizadora de conciencias. El informe antes citado advierte claramente que no se puede dejar desarrollar sin control el proceso de mundialización. Estamos profundamente de acuerdo en ello pues, como señalan las conclusiones de la Cumbre de Berlín: "La globalización debe conducir a mejores niveles de vida para todos y no ser una carrera destructiva para alcanzar los niveles más bajos de calidad de vida a costa de la protección del medio ambiente y de los derechos de los trabajadores". Y como resumía Gerhard Schröder: "Hay que facilitar el regreso de la política y lograr un equilibrio entre la política y los mercados".

Por ello las resoluciones de Berlín subrayan la necesidad de fortalecer las instituciones internacionales. "Del mismo modo que buscamos que avancen la justicia social y el dinamismo económico para todos los ciudadanos de nuestros respectivos países, tenemos la responsabilidad de desarrollar un reparto internacional de la riqueza y de las oportunidades más inclusiva y sostenible. Tenemos instituciones internacionales dedicadas a muchas de las cuestiones fundamentales: comercio, estabilidad financiera, prevención de conflictos, salud pública, educación, trabajo, protección ambiental, desarrollo económico. Debemos fortalecer las instituciones que centran su labor en luchar contra el hambre, la pobreza, la exclusión social y la degradación del medio ambiente".

Los socialistas reivindicamos el papel de la política como el instrumento necesario para afrontar retos como la globalización -a la que Pasqual Maragall llama el "mundo abierto"-, el mantenimiento del Estado de bienestar, el beneficio social que deben percibir los ciudadanos a través de los servicios públicos, el pleno empleo -estable y de calidad-, el deterioro del medio ambiente, la igualdad de derechos y deberes entre el hombre y la mujer, la libertad de acceso a la información, la participación de los ciudadanos en la construcción de la nueva sociedad, etcétera.

El nuevo escenario implica también nuevos objetivos. Creo, y la reciente sentencia sobre Microsoft en Estados Unidos es un buen ejemplo, que la protección de la libre competencia será una de las funciones fundamentales de los poderes públicos durante los próximos años y un nuevo eje diferenciador entre unas fuerzas conservadoras que apuestan por los monopolios privados y una alternativa progresista que quiere erradicar las prácticas monopólicas u oligopólicas del mercado para defender los derechos de la mayoría. Los socialistas hemos de trabajar para que en el contexto de la globalización la concentración empresarial no impida la libre competencia y erosione los derechos de los ciudadanos como productores y consumidores.

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En nuestro país estamos viviendo un ejemplo de las consecuencias de esta concentración en el caso de los combustibles. Bajo una aparente liberalización, las grandes compañías ejercen un oligopolio subiendo los precios de los carburantes, con una más que sospechosa coincidencia. Así, los teóricos del libre mercado, con el señor Rato a la cabeza, no ponen coto a unas prácticas que impiden la libre competencia y que atenazan a los sectores productivos con mayor dependencia, como es el caso de los transportes y los agricultores, lesionando los presupuestos de miles de familias españolas.

No es el único caso. Bastaría con analizar las concentraciones empresariales de los últimos años, incluidas las empresas privatizadas, para saber si se preserva la libre competencia o si esta concentración ha beneficiado a los consumidores. También se deben tomar medidas que impidan a las empresas transnacionales utilizar la desinversión y la deslocalización como arma arrojadiza contra los Estados.

Pero además de los nuevos objetivos, no podemos dejar de lado nuestros objetivos de siempre. Los socialistas defendemos la igualdad de oportunidades frente a todo tipo de desigualdades, y no sólo económicas, sino también frente a la desigualdad entre sexos, para acceder a la información, para conectar con el mercado de trabajo, o la desigualdad entre los que ya vivimos en el primer mundo y los que llegan o han de llegar a él en el futuro.

Ser socialista hoy continúa significando un compromiso con la reducción de las diferencias y las desigualdades derivadas del nacimiento o de la posición social. Es nuestro deber ser radicales en la defensa de una sociedad menos dura con el débil y más exigente con el poderoso, una sociedad que proporcione oportunidades a todos y ayuda a los que la necesiten.

Hay gobiernos, como el de Jordi Pujol o el de José María Aznar, que sólo actúan cuando la opinión pública se rebela, como en el caso de las listas de espera en la sanidad. Para los socialistas, las listas de espera son la punta del iceberg de una clara tendencia a la disminución de la calidad de los servicios públicos. Una tendencia que favorece la provisión privada de esos servicios para quienes puedan pagarlos y condena a mayores desigualdades a quienes no puedan permitírselo. Esa es la gran trampa de las políticas neoliberales, aunque a veces no quieran aceptar esa calificación.

Nosotros no aceptamos que el modelo de la sociedad capitalista neoliberal sea el único posible. Y las resoluciones del noveno congreso del PSC van a dejarlo meridianamente claro.

José Montilla es secretario de organización del PSC.

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