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Días de gracia

Al cumplirse el año de su contundente victoria electoral, el PP valenciano ha creído oportuno aprovechar la efeméride para reflexionar acerca de los deberes hechos y por hacer, eso que en términos oficiales se suele describir como un balance de gestión. Y lógicamente, incluso justamente a mi entender, los populares con mando en plaza y más altas responsabilidades orgánicas e institucionales han llegado a la conclusión de que son la repera de eficientes. Por la información que ha trascendido del conciliábulo meditativo que ha celebrado la junta directiva regional y de la posterior conferencia de prensa de su presidente, no ha habido la menor fisura crítica en lo que a todas luces se nos antoja una laudatio autocomplaciente antes que una reflexión.No seremos nosotros, ni menos en esta oportunidad, quienes les agüemos la fiesta, siendo así, además, que cumplida una legislatura y un cuarto de la que corre, no se constata daño alguno irreparable en bienes o personas. Han gobernado talmente como si lo hubieran hecho toda la vida: con propiedad, desahogo y al calor de la fortuna que supone una feliz coyuntura económica con visos de prolongarse indefinidamente. Esto no quiere decir que su papel haya sido un remedo de don Tancredo, si exceptuamos el año que ha transcurrido desde los últimos comicios autonómicos y que deberíamos considerar como una pausa reparadora de fuerzas para acometer el futuro. Pero esto será, previsiblemente, a partir del próximo otoño, una vez digeridas y capitalizadas políticamente las brillantes inauguraciones -Terra Mítica, Ciudad de las Ciencias y otras luminosas ciudades en curso de ejecución- programadas para colmar propagandísticamente el verano.

La oposición, tanto la partidaria como la mediática, puede cantar misa, pero al PP valenciano no hay quien le tosa, teniendo como tiene amarrado el poder y la gloria. Fenómeno evidente que nos aboca a la confusión cuando el presidente Eduardo Zaplana declara que su gobierno no ha tenido "días de gracia" desde el momento en que tomó posesión de la Generalitat. Una licencia retórica, sin duda, del molt honorable, porque la verdad es que, obviando el aguijón obstinado y epidérmico de algunos comentaristas, su tránsito por la poltrona no puede ser más sosegado. Desarmado el PSOE, desguazada la otra izquierda y enervada como está la Prensa por el despampanante estallido felicitario, recomendaríamos al PP que ensayase una suerte de autocrítica por sus eventuales incumplimientos o yerros, siempre veniales, claro está. Resulta impúdica tanta suficiencia.

Ante la panoplia de triunfos que el titular del Ejecutivo cohonesta con sólidos guarismos -tasa de paro, volumen de exportación, infraestructuras a porrillo, etcétera- el observador mínimamente avisado ha de preguntarse por el factor humano que ha promovido esta bendición. ¿De dónde ha surgido este dechado de hombres y mujeres ungido para la gestión y el acierto? Y llegados a este punto ha de convenirse que tal factor ha sido providencial. Que la Providencia, queremos decir, anda coaligada con el PP, pues no se entiende de otro modo. Y así las cosas, Zaplana tiene garantizados muchos días y hasta años de gracia. A quien Dios se la da...

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