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Las discriminaciones de la memoria

Como puso de relieve el desafortunado debate sobre los respectivos méritos de Adolfo Suárez y Felipe González en el desmantelamiento del franquismo, los sistemas políticos tardan en cancelar las deudas con sus artífices. En un excelente libro sobre las aventuras y desventuras de la razón de Estado desde el barroco hasta nuestros días (La senda del mal, Taurus, 2000), Rafael del Aguila sostiene no sin humor que "los padres fundadores de tal o cual Constitución" y "los protagonistas de tal o cual transición" están condenados -como Teseo, Rómulo o Moisés- a no recibir el merecido reconocimiento hasta su retirada o su muerte: "El mito requiere de una penumbra y de una autoridad incompatibles con la lucha política pública". Los políticos y publicistas que habían despellejado vivo a Suárez cuando gobernaba o presidía el CDS sólo empezaron a construir altarcitos y a recitar florilegios en su honor después de que abandonara el escenario tras la derrota electoral de 1989. Y Felipe González no ocupará el lugar que le corresponde por derecho propio en el friso de la transición hasta que sus adversarios estén absolutamente convencidos de que no pretende regresar -como Papandreu en la política griega o el conde de Montecristo en la novela de Alejandro Dumas- para ajustar cuentas.El término cuándo agota todas las preguntas imaginables sobre el agradecimiento colectivo por los servicios prestados del que son acreedores los presidentes de gobierno español durante la etapa de instauración y consolidación de la democracia; al preterido Leopoldo Calvo Sotelo le llegará seguramente su turno cuando se rememore el 23-F de 2001 el golpe de Estado frustrado de hace dos décadas. Pero la ingratitud de la clase política que ocupa el poder desde la muerte de Franco con respecto a los méritos contraídos por sus precursores durante los tiempos oscuros de la dictadura está sepultando en un injusto olvido a quienes abrieron el camino a la democracia en España. Durante este trimestre, por ejemplo, se cumplen los aniversarios de las muertes de un ex falangista y de un ex comunista que se enfrentaron ferozmente en su juventud pero que asumieron compartidamente en su madurez los valores democráticos; marcadas por la atormentada historia española de este siglo, las biografías de esos dos hombres arrancan de la Guerra Civil y confluyen en la oposición a las dictaduras y en la defensa de las libertades.

Dionisio Ridruejo (El Burgo de Osma, 1912), que murió el 29 de junio de 1975, no pudo asistir al sepelio de Franco; Fernando Claudín (Zaragoza, 1913), que falleció el 16 de mayo de 1990, sobrevivió al dictador y fue testigo de la caída del Muro de Berlín. No sólo la sinceridad de sus convicciones (pagaron altos costes personales cuando abandonaron la Falange o el PCE), la inexistencia de ambiciones espurias en su vocación política (renunciaron en las horas altas de su causa) y la lealtad de sus comportamientos (testimoniada por amigos y adversarios) les hacen dignos de recuerdo histórico; ambos lucharon -desde el centro y desde la izquierda- para cerrar las heridas del desgarro fratricida de los años treinta y para construir una convivencia en paz y sin exclusiones.

Dionisio Ridruejo nunca ocultó su militancia falangista en la Guerra Civil ni su alistamiento en la División Azul para combatir junto al ejército alemán contra la Unión Soviética; si su libro póstumo Casi unas memorias da cuenta parcial de esos belicosos años, la biografía de Manuel Penella (Dionisio Ridruejo, poeta y político, Salamanca, 1999) se ocupa también de su crucial papel como valeroso punto de referencia de la oposición democrática al franquismo a partir de 1956. Fernando Claudín fue dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas durante la Guerra Civil y -hasta su expulsión en 1964 con Jorge Semprún- el secretario de organización (el número dos) del PCE; ni disfrazó nunca su pasado ni se mostró benevolente al criticarlo: La crisis del movimiento comunista (1970) fue un libro decisivo para la reconciliación de la izquierda con las libertades. Como la felicidad en Europa para Saint-Just, la democracia empezó a ser una idea nueva en España cuando ex falangistas como Ridruejo y ex comunistas como Claudín se comprometieron con sus valores; si sus aniversarios pasan inadvertidos, habrá que culpar a la memoria histórica por sus discriminaciones.

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