_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Valores

El reclamo publicitario musical excluyente y presuntuoso según el cual "el único fruto del amor es la banana" no ha motivado la queja de nuestro Comité de Cítricos. La desvalorización que la vitamina C sufre a manos de la banana como gasolina salutífera y sexual no ha sido suficiente. El exceso que provoca el efecto hache (en realidad se trata de otra palabra, pero no es menester hacer publicidad gratis), convierte al espectador de la primera fila de un combate pantomima de catch en absorto comedor de palomitas y místico ausente del recital de mamporros que se desata en la lona.Mientras suena la pegadiza musiquilla de la banana el camión cargado de ídem se topa en la curva de bruces con el charco fatídico. Un derrape de alivio, y la carga por los suelos. Cuando todo el único fruto del amor cae al asfalto, el sudoroso conductor ve que se le echa encima un automóvil y teme que éste resbale en la alfombra de la platanería y se estrelle contra su desventurada camioneta. Pero no, para alivio del accidentado gordo, pasa de largo, salva el peligro. Se aleja, después. Burló al escollo. Evitó el bulto. Y ciudadano ejemplar, a bordo de un turismo cuya marca, al parecer, invita a sortear con seguridad sembrados de bananas bajo las tetas de chatarra del perplejo camión, se desentiende del accidente sin reparar si hay heridos, o muertos, o si alguien necesita ayuda.

Cuando el efecto hache se presenta, la socia de la izquierda, que está atontada por la fragancia, ya está entregada al dulce menester de cebar al chico con palomitas. En esto, ignorante de lo que ocurre, desde la lona, un reluciente cuerpo de luchador se le viene encima, la aplasta y la deja KO, o muerta, o sepultada. El machito, perplejo, angelical, se vuelve a su derecha como pidiendo una explicación de lo poco que le duró el chollo; allí hay otra socia con ojos de borrego degollado, en trance, cegada también por el efecto hache y dispuesta a lo mismo que la atropellada. No importa que la primera esté desvanecida bajo el zopilote. A rey muerto, rey puesto. Y a otra cosa, mariposa. Y si te he visto no me acuerdo.

Esquivar limpiamente el tapiz de bananas, cambiar rápidamente de nodriza si se te estropea la otra..., lo importante es captar la atención del hipotético cliente generando sensaciones de certeza incluso en aquello que no puede dejar de ser una pura y sencilla fantasía (seducir sin más ayuda que una fragancia). Ese creativo busca el impacto expeditivo, y, algunos, sin reparar en barreras morales. Da igual. En la sociedad abierta -dicen para su conveniencia los genios de la manipulación-, arte y osadía se dan la mano en la tarea sagrada de la competición por el cliente. El límite se traslada de la ética del creativo a la protección que el público se pueda procurar, si quiere, o puede. Quien no cuida las puertas de casa es pasto del mensaje cada vez más sofisticado que busca atrapar las esperanzas del ciudadano libre y llevarlas al redil de la compra, al de la indiferencia o al del acobardamiento.

Cronista atento de los signos culturales alarmantes que nos invaden, hace tiempo que vigilo en los informativos de las televisiones la irrupción a traición del cadáver nuestro de cada día, el asesinato casualmente filmado por el videoaficionado de turno, para cambiar de cadena y burlar a los vendedores de morbo y carroña ya que a estas alturas no puedo permanecer en el salón con el televisor apagado. Simplemente, me protejo de los nuevos valores.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_