Tradición y exceso
Ha pasado el Rocío. Otra fiesta más. Andalucía, la que divierte, nos deja una sensación de exceso. Andalucía es una fuerza de la naturaleza, más aún en primavera. Hablar de Andalucía y sus tópicos, ciertos como su belleza, es una invitación permanente al exceso, más cuando el propio exceso se hace carne antes de empezar a contarlo.El Rocío, como otras, como casi todas las fiestas andaluzas, es un exceso, un exceso imposible de contar con mesura. Se vive y gusta o no, interesa o no. Lo malo viene cuando se pasa la frontera de lo que ha venido ocurriendo desde siempre y pasaba como si nada, o casi nada, y era pequeño y de aquí, y no sometido a ninguna manipulación ni a ningún deseo loco de espectáculo. Eso debió ser hace mucho tiempo, o fue, si creemos y no hay por qué no, a los más viejos de Almonte y más allá aún.
Hace mucho tiempo, cuando todavía la televisión no era la trituradora en la que todo se transforma y de la que todo sale convertido en hamburguesa, el Rocío fue una fiesta dulce en el campo y fuerte en la aldea, pero pequeña y casera. La televisión la ha convertido en un espectáculo de consumo, en exceso sobreactuado, en grito y carcajada, cuando fue canto y alegría. Muchos todavía van al Rocío como fueron quienes les transmitieron la tradición, los más se avienen a ser coro del espectáculo que monta la televisión, que viene de todas partes para mostrar en un telediario, que ni sabe ni contesta, unas imágenes brutales y sudorosas de un acto incomprensible, animado por el morbo de ser observados por la Televisión, que todo lo convierte en espectáculo de consumo rápido, en producto de usar y tirar.
Andalucía divierte y cuando más divierte más pierde de sí misma. Toda su capacidad de belleza vive en permanente peligro de quedar reducida a triste espectáculo de consumo y exceso. Seguro que si nos resistiéramos a convertir la tradición en exceso tendríamos lugar y tiempo para hacerla convivir con otras expresiones de modernidad, a las que tanto exceso sigue cerrado el paso y negando la atención y de las que tan necesitados estamos.
MARÍA ESPERANZA SÁNCHEZ
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