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Siria, ante el vacío de un liderazgo férreo.

La desaparición de Hafez el Asad, además de sumarse al inevitable cambio generacional que el mundo árabe lleva viviendo desde los últimos años, plantea las incertidumbres propias del vacío de un liderazgo férreo ejercido durante treinta años en una estructura de poder opaca y repleta de redes clientelares. Si bien es cierto que la integración reciente de su hijo Bashar en el sistema político de cara a sucederle ha ido unida a una campaña intensiva para presentarlo como adalid de la liberalización económica, la modernización del Estado y la anticorrupción, también es cierto que la herencia dinástica del Gobierno republicano y la concentración y personalización del poder implican fragilidad política, porque el sistema depende de un solo hombre, y son la causa de la debilidad de las instituciones que, incapaces de resolver los problemas y las crisis, generan una dependencia permanente del uso de la fuerza.No obstante, el mundo occidental y sus aliados van a aportar todo su apoyo al nuevo mandatario, guiados por el principio de que ahora la prioridad es garantizar una sucesión tranquila en un momento inestable para el proceso de paz medio-oriental, que se enfrenta a las consecuencias de la retirada unilateral de Israel del Sur de Líbano, a la inestabilidad gubernamental del primer ministro israelí y a la expresión sincera de una población palestina sobrepasada por la opresión externa e interna.

En el marco interior, hay que decir que el presidente sirio deja un país huérfano de democratización. Hafez el Asad pertenecía a la "vieja guardia" nacionalista árabe y, si bien su reconocida inteligencia política y su condición de gran estadista lo convirtieron en un personaje central en el Medio Oriente, también es cierto que gobernó el país con exceso de autoritarismo.

Llegó al poder en 1970 liderando un golpe de Estado dirigido a "rectificar" el modelo socialista baazista iniciado en 1963. Es decir, transformó el panarabismo original del Baaz en un nacionalismo gran sirio; el socialismo, en un liberalismo económico autocráticamente protegido, y la inicial sensibilidad laica del régimen, en una hegemonía confesional de la minoría alauí (11% de la población).

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Los alauíes en Siria son una minoría musulmana procedente de la rama shií, tradicionalmente relegada por la mayoría suní hasta que, bajo el liderazgo del general Hafez el Asad, uno de sus más discretos pero influyentes miembros, les permitió hacerse progresivamente con el control del poder y la economía a través de complejas estrategias comunitarias y familiares, donde dominan las relaciones de obligación interpresonales. La creación de esas relaciones, perfectamente acompasadas por Hafez el Asad, así como la sanción de su respeto o de su violación, han determinado el marcado ritmo de la vida política interna de Siria desde hace treinta años.

Las relaciones con la oposición política se han saldado siempre de manera autoritaria, incluso con una represión inmisericorde a principios de los años ochenta en el caso de los Hermanos Musulmanes, y el ámbito partidista no ha sobrepasado la esfera del partido Baaz y una serie de partidos minoritarios de su órbita. El enfrentamiento con los Hermanos Musulmanes procede no sólo de la tradicional rivalidad entre baazismo e islamismo, sino también de la particular dualidad musulmana suní/ alauí que existe en Siria. Hay un imaginario histórico muy conflictivo entre ambas comunidades, fruto, por un lado, de la explotación y marginación a la que los alauíes han estado tradicionalmente sometidos en Siria por los grandes propietarios urbanos suníes, y por otro lado, como consecuencia del cambio que supuso la preponderancia de los alauíes desde la llegada de Hafez el Asad. Éste relegó a los suníes, particularmente en las ciudades del norte (de gran implantación de los Hermanos Musulmanes, apoyados por la burguesía comerciante suní), que quedaron marginadas socioeconómicamente dada la extrema centralización del sistema llevada a cabo por Hafez el Asad, por la cual nada se puede hacer sin el aval de Damasco.

Los Hermanos Musulmanes, suníes, han centrado siempre su discurso de oposición en los alauíes, a los que no consideran una herejía del islam, planteando un importante problema de legitimación islámica al régimen. En reacción, Hafez el Asad respondió con una desmesurada represión, pero también con estrategias políticas como la de buscar una alianza estratégica con Irán para mostrar el parentesco de los alauíes con el islam shií. Por el contrario, el frecuente desentendimiento que existió entre Asad y Hussein de Jordania tuvo como telón de fondo el apoyo logístico dado por el reino hachemí a los Hermanos Musulmanes sirios (además de su alianza con Irak y su reconciliación con Arafat, lo que podía significar un arreglo del conflicto árabe-israelí, contrario a los intereses sirios, como de hecho ocurrió).

Hafez el Asad impulsó una relativa perestroika a principios de los años noventa, consecuencia tanto del temor al contagio de la explosión política experimentada entonces por los países del este europeo como por la necesidad de reciclarse en un mundo monopolar de predominio occidental, que decidía sobre la distribución de la ayuda internacional. Así, Asad promovió ciertas medidas en el ámbito de los derechos humanos (amnistías de 1991 y 1992) y amplió las fronteras de la participación política a una nueva élite socioeconómica vinculada al creciente sector privado, al que el régimen no quería dejar de controlar. Es en este sentido que hay que entender la incorporación parlamentaria de los diputados independientes desde los noventa. A continuación, su alineamiento en la guerra del Golfo en el frente anti-iraquí le valió a Siria su rehabilitación ante Occidente y aseguró su influencia en Líbano. No obstante, dicho alineamiento, además de la oportunidad estratégica que tan sabiamente Asad supo aprovechar, entraba en la lógica natural de la política exterior siria en la región, donde Irak ha representado con frecuencia al hermano enemigo, rival geopolítico en la zona.

Sin embargo, el proceso de paz iniciado con la conferencia de Madrid en 1991 y seguido de los acuerdos de Oslo en 1993 no fue la vía que Hafez el Asad deseaba para resolver el conflico árabe-israelí, siempre convencido de no favorecer acuerdos por separado con Israel

porque los veía como una manera de debilitar y aislar a las partes árabes del conflicto. El hecho determinante que le llevó a aceptar el diálogo con Israel fue el ambiguo acuerdo alcanzado con Isaac Rabín en 1996, que parecía indicar la implícita aceptación israelí de la devolución de los Altos del Golán. La marcha atrás israelí en este sentido volvió a bloquear la negociación.

Hoy se abre un nuevo periodo en Siria. El marco que hereda Bachar el Asad es complejo. En el ámbito regional, se plantea la incógnita de si el hijo continuará la inflexible y metódica posición del padre con respecto a Israel: la devolución a Siria, como condición previa a cualquier paz, de los territorios usurpados en 1967, durante la guerra de los Seis Días, cuando Hafez el Asad era el responsable de defensa. Y quienes conocían al presidente sirio, caracterizado por su determinación y frialdad, saben que no hubiese cambiado de opinión. Probablemente tampoco lo haga su hijo, al menos a corto plazo, lo cual no significa que no vaya a continuar la negociación. En ese sentido, los cambios probablemente no sean muchos. En el interior, Bachar el Asad probablemente se centre en avanzar en la racionalización administrativa, la privatización y la liberalización económica del país, así como en la urgente reforma de un sistema bancario inexistente, entre otras razones, porque el equilibrio de la situación socioeconómica es imprescindible ante el estancamiento del mercado que padece el país (las exportaciones descendieron un 20% en 1999), y ante las aspiraciones sirias a largo plazo de establecer la cooperación con la Unión Europea. De ahí que la imagen de marca de Bachar el Asad esté siendo la del modernizador y abogado de la anticorrupción, que favoreció el reemplazo de destacadas figuras políticas (lo que probablemente también ha servido para marginar potenciales obstáculos para llegar a la presidencia). Con respecto a un cambio político, la liberalización probablemente tenga que esperar aún mucho tiempo.

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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