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CUADERNO DE TEATRO Sitges I: Dos dianas MARCOS ORDÓÑEZ

Marcos Ordóñez

1. Un buen golpe. Otro joven director que crece a pasos agigantados: Àlex Rigola. La màquina d'aigua (The Water Engine, de Mamet), que presentó el año pasado en Sitges y en la Beckett, era ya mucho más que una promesa; Un cop baix (Below the Belt, de Richard Dresser), que acaba de presentar en el festival, en espléndida traducción de Ernest Riera, es una confirmación como la copa de un pino, y uno de los espectáculos que mejor pueden funcionar la próxima temporada, cuando vaya a la Beckett en otoño. Below the Belt (1995) fue uno de los éxitos del Off-Broadway en el John Houseman Theatre, con Judd Hirsch, Jude Ciccolella y Robert Sean Leonard. Desde entonces, la comedia se ha representado en las principales capitales americanas y en Europa, sobre todo en Alemania (Unter der Gürtellinie), donde se han puesto varias producciones, la más reciente de las cuales es la de Thomas Ostermeier, en la Schaubühne de Berlín. Richard Dresser, que empezó como guionista de televisión de los ochenta, tiene una decena de obras estrenadas; la penúltima, Gun Shy, se vio a principios de este año en otra de las salas históricas del Off-Broadway, Playwright Horizons, y tiene a punto de estreno Something in the Air. Habrá que prestar atención a este señor, aquí absolutamente desconocido, porque Un cop baix es una pequeña joya, que revela a un dramaturgo habilísimo, con un arco de influencias muy amplio, en el que se tocan -como los extremeños de Muñoz Seca- Pinter y Neil Simon: Un cop baix hace pensar en un cruce entre el Pinter sarcástico y violento de The Caretaker y The Birthday Party y las puñeterísimas relaciones "de pareja" de The Sunshine Boys.La comedia, ultranegra, se desarrolla en la nave industrial, rodeada de vallas y guardias, de una misteriosa empresa. A esta factoría, tan alejada del mundo como la guarnición del Desierto de los Tártaros, llega un joven e ingenuo controlador, Dobbitt (Lluís X. Villanueva), creyente, "siempre positivo, nunca negativo", y con una espléndida hoja de servicios, para encontrarse con que su único compañero de departamento, Hanrahan (Albert Ribalta), es un paranoico insoportable que provocó el suicidio de su anterior colega (mediante ingestión de cola líquida), y que el jefe de ambos, Merkin (Pep Jové), es la pesadilla de cualquier empleado: inepto, trepador, sádico, con la inteligencia emocional de una anchoa y la capacidad de manipulación de un comisario de la KGB. A la derecha del espacio escénico, muy bien imaginado y servido por Bibiana Puigdefábregas, que ya diseñó la escenografía de La màquina d'aigua, tenemos el habitáculo casi carcelario de Dobbitt y Hanrahan, y a la izquierda, el despacho de Merkin, desde el que les reclama a base de timbrazos. Al fondo hay una pasarela que da al río que rodea la zona, un río que se incendiará en el segundo acto, por los vertidos tóxicos, hasta quedar convertido en un cauce seco. Más allá del río (y entre los árboles), acechan en la oscuridad unos inquietantes animales de ojos brillantes. Para Dobbitt, su temporada en ese departamento será como esa pesadilla que todos hemos tenido: el regreso, como adultos, al mismísimo colegio. O a la puta mili. A la inseguridad, a las luchas por el territorio, a las órdenes arbitrarias, a las alianzas oblicuas, a las fraternidades insospechadas. Y a la traición, porque, como American Buffalo o Arte, Un cop baix es una obra sobre la amistad, las relaciones de poder y la traición.

Al principio hablaba del subidón de Àlex Rigola, que dirige aquí con una mano muy firme, manejando estupendamente la atmósfera y el ritmo, pero ese subidón hay que hacerlo extensivo a los tres actores. El Merkin de Pep Jové, untuosamente siniestro, es el mejor trabajo de este actor desde El malaguanyat del Lliure. Muchos descubrirán aquí a Albert Ribalta, un cómico de Terrassa que trabajó varios años a dúo con Xavier Bertrán en La Momia Teatre, interpretando textos de Devos y Jolivet, y que el año pasado nos regaló al jardielesco protagonista de Turning Point, el musical de Collado y Vilallonga. Es otro actor que parece crecer a cada paso que da, y que aquí sirve un Hanrahan amenazador, contenido, y con el corazón de un crío de 10 años. Ya conocen, en cambio, a Lluís X. Villanueva, sobre todo por el éxito de Plats bruts en TV-3. Villanueva, como Ribalta, es un notable actor de comedia, y sin apearse del género ofrece en Un cop baix su papel con más y mejor modulados registros dramáticos, lejos de la clave desaforada y farsesca de televisión. He de insistir, para que quede bien clarito, que Un cop baix es, ante todo, una comedia, es decir, una obra muy divertida, más profunda de lo que aparenta, y muy clara, muy comercial: es decir, que puede y debe tener éxito de público, el mismo que ha tenido en Nueva York y en Alemania. Es decir (tres), que no tengan ustedes ningún reparo en ir a verla, todo lo contrario, cuando se presente en temporada.

2. "Se'm ressequen". Andreu Buenafuente, que en su programa La Cosa Nostra cuenta con un puñado de excelentes cómicos jóvenes (Paco, el gran Sebas, Pee-Wee Palomino, el polimorfo Fernández, o Sergi Mas, mi héroe, la respuesta catalana al George Costanza de Seinfeld), haría pero que muy bien en echarles el lazo cuanto antes a los del Teatre de Guerrilla. El trío del Teatre de Guerrilla ha sido la gran revelación cómica del Festival de Sitges. Esta temporada estuvieron una semana en Artenbrut, pero cuando me llegó la onda, vía Joan Ollé ("No te los pierdas") ya habían salido de cartel. Nunca es tarde si etcétera, porque en Sitges los hemos tenido por partida triple: dos espectáculos en una misma jornada, Som i serem y Teatre total, y un tercero, El directe, en la clausura, que todavía no he visto cuando escribo estas líneas y ya estoy contando los días que faltan. No estaba yo tan excitado desde que descubrí a Faemino y Cansado (pareado), porque un cómico nuevo es para mí como un hueso de diplodocus para Jacinto Antón. Mi mujer y yo llevamos una semana hablando como ellos: cuando de un espectáculo de humor se te quedan pegaditos diálogos enteros es una señal indudable de que la cosa funciona. ¿Cómo les cuento yo qué es Teatre de Guerrilla y lo que hacen, si hay que verlos -y, sobre todo, oírlos- para creerlos? Bueno, es mi trabajo, así que vamos a intentarlo. Cojan ustedes a Les Deschiens, el grupo de freaks inventado por Jérôme Deschamps, rocíenlos con salsa Capri y un poco de salsa Brossa, y teletranspórtenlos a la Cataluña más profunda. Carles Xuriguera, Rafel Faixades y Quim Masferrer (que además de actor oficia como director del grupo) son de Sant Feliu de Buixalleu, en La Selva. No sé qué hacían antes de esto; yo creo que deben haber salido de debajo de una seta considerablemente alucinógena. Es cosa sabida que los del Empordà tienen una vena de locura inigualada en Europa, pero después de los vistos en Sitges podemos afirmar que los de La Selva le dan otra vuelta de tuerca al asunto. Los diálogos del Teatre de Guerrilla son un festival lingüístico: El vivísimo catalán de la Girona rural, con sus abstractas frases hechas ("L'un i l'altre i l'altre i l'un!"), sus delirantes interpelaciones ("Quins peus tens, punyetero!"), sus latiguillos decimonónicos y su argot trufado de barbarismos, en las antípodas del catalán normalizado o barcelonés, son materia pura de comedia, y estos tres tienen un oído ultrasónico para cazar esas expresiones al vuelo y colocarlas como Joe Di Maggio le daba a la bola.

Un espectáculo como Som i serem, que comienza con un señor con los pies en un barreño, mirando al público y proclamando "¡Se'm ressequen!", por fuerza ha de imantar la atención de cualquiera con un paladar selecto para lo cómico. Si buena parte de Som i serem gira en torno a los problemas de un selvático al que se le resecan los pies, Teatre total va todavía más lejos en su cota de demencia para centrarse en las didácticas explicaciones de una pareja de cumparseros, vestidos con mantilla, falda de terciopelo y camiseta imperio, sobre el apasionante tema del ball cordat, cima de nuestro folkore popular. La sátira salvaje sobre los modos y maneras de la Cataluña profunda está hecha de un modo tan brillante, tan impasible y a la vez tan "desde dentro", sin paternalismos ni superioridades posmodernas, que la amplitud de la diana es enorme, y funciona ante públicos muy distintos. Te partes de risa con las obsesiones, los delirios cotidianos y las gigantescas insignificancias de esos personajes, y a la vez estás viendo, volviendo a ver, a aquel tío abuelo del Port de la Selva, tacaño y furioso, pero con una energía y una forma de hablar y de ver que te hacían adorarle, como un extraterrestre que hubiera aterrizado en mitad de la escudella. Retengan el nombre: Teatre de Guerrilla, tres cómicos personalísimos, a los que sólo les falta podar algunas reiteraciones, algunas ramas superfluas de sus espectáculos para llevarse las dos orejas y el rabo. ¿Quién les pone piso en Barcelona, o en Sant Joan Despí?

P. D. La semana próxima, más Sitges. El Ansia de Sarah Kane / Albertí, el Mirador de Zarzoso, los Gemelos de La Troppa y lo último de Marta Carrasco. (Continuará).

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