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La revolución pendiente

EDUARDO URIARTE ROMERO

El poder es oligárquico. Los sufridos y pacientes afiliados de cualquier partido miran hacia arriba para observar la pirámide de poder, cada vez más estrecha en su cúspide, que es donde se adoptan las decisiones. Entre escalafón y escalafón funcionan los samurais, entregan sus servicios a cambio de la protección del jefe de su clan. Arriba del todo parece existir un poder personal, pero no siempre es cierto, en ocasiones está en manos de los validos, que son los que de verdad mandan. Por eso, también en ocasiones, se dan aventuras como las de los mosqueteros de Dumas. Hasta que en el seno de los partidos políticos no se le reconozca al afiliado los mismos derechos que disfruta como ciudadano, estará pendiente en ellos la revolución liberal, el paso del feudalismo, o del absolutismo, al liberalismo.

Es evidente que en los partidos preliberales, como el PNV, el cambio resulta innecesario; domina el sentido de pertenencia sobre el de opción, la adhesión religiosa sobre la voluntaria, domina, además, la inexistencia de escepticismo, lo que hace innecesaria esa revolución pendiente.

En otros no deben confundirse. En el PSOE se suele repetir la referencia a la tradición libertaria de la militancia. Falso. Desde que Lafargue vino a España tenía bien claro su repudio del anarquismo; vino precisamente a eso, y cualquiera que conozca los estatutos de este partido tiene mejor referencia, por exagerar, en la Caballería Roja que en el socialismo libertario. La pugna entre la primera y la segunda Internacional, que tuvo en España uno de los campos de batalla más serios, no pasó en vano para ambas militancias.

Otra cosa muy diferente es hablar de liberalismo, cuyo más preciado abanderado en el socialismo fue Prieto. Pero no por su exceso de liberalidad en el seno del partido, porque no hay que olvidar que en su pugna con Largo Caballero no dudó, frente a reglamentos y estatutos esgrimidos por su adversario, en mandar a los carabineros de la República a clausurar las casas del pueblo que eran fieles a éste. Nada comparable con lo que ahora pasa en ese partido.

Cuando uno de los retos más fuertes para el PSOE es acercarse a la sociedad, tiene dos procedimientos: que sus afiliados -con ánimo, conocimiento, y poder, si no de decisión al menos sí de influencia- se acerquen a ésta, o que la sociedad entre en él a través de nuevos y muchos afiliados. Tan compleja es una cosa como la otra. Para lo primero, el afiliado no puede ser un mero eslabón en la cadena: representa a su partido, tiene derecho hasta a equivocarse. Para lo segundo es indispensable que nadie deje un solo derecho ni hábito democrático en la puerta de la casa del pueblo. Para empezar, deberían desterrar de sus asambleas una coreografía que recuerda demasiado a las del PCUS; el ejecutivo por encima de los que presiden, aunque dé muy bien en la tele y ofrezca lo que quiere ofrecer, que se vea quiénes son los que mandan.

Cuando está en pleno impulso la discriminación positiva hacia colectivos históricamente arrinconados en la sociedad y en los partidos, como el de la mujer, no estaría mal la discriminación positiva hacia las bases. Es verdad que el ejercicio de mayor democracia no garantiza la razón, pero por lo menos favorece el ejercicio de más razones. Es necesario la puesta en marcha de una revolución pendiente, tras veintitantos años de funcionamiento, de los partidos que sobrevivieron a la transición.

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