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Tribuna:LA CRISIS DEL PAÍS VASCO
Tribuna
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ETA ha ganado

ETA, claro está, ha perdido la guerra que mantenía desde 1977 con la Democracia -y no con el Estado español- pero por el momento da la sensación de que sale vencedora en una batalla ocasional. No depende de su inteligencia ni de su perversión, con ser la primera parca y la segunda desbordante. Como siempre, su posible éxito parcial depende del resultado de sus acciones sobre el conjunto de las fuerzas democráticas. En esta ocasión, la espiral acción-reacción no sólo ha tenido como resultado un grado de tensión difícil de soportar en la política vasca sino también en la propia sociedad. Sólo una rectificación profunda de esa realidad podría convertir una derrota en una victoria.Lizarra es ya un acontecimiento lejano del que quizá los historiadores podrán decir en un futuro lo que concluye Patxo Unzueta en su epílogo a un libro reciente: es posible que haya sido necesario el pacto para demostrar que el entorno de la banda no está preparado para emprender el camino de la paz. De cualquier manera, el primer muerto -o la subsistencia del vandalismo urbano por un periodo largo de tiempo- sólo dejaban una alternativa para el nacionalismo vasco. Lizarra -ha dicho Ardanza- fue asesinado por ETA. Después de esa muerte la receta instantánea consistía en acción policial y movilizaciones.

No todos lo pensaron así por razones en las que se mezclan el empecinamiento, la ausencia de conciencia de la realidad o incluso la idea de que sólo los profesionales de la política tienen la varita mágica para resolver los grandes problemas. Todo eso cabe reprocharle al equipo Arzalluz-Egibar. La buena política se demuestra en los principios, la manera de expresarlos y la conveniente medición de los tiempos. En estos tres aspectos la profesionalidad de estos dos dirigentes se ha mostrado deficientísima. La vida humana es lo más sagrado y debe ser el centro de todo; olvidarlo en espera de una reacción del entorno de ETA de la que no existe el mínimo indicio es impresentable. No es tolerable desde el punto de vista moral e intelectual intentar una condena casi paralela de ETA y el PP cuando éste último no mata. Y testimonia una desorientación total no darse cuenta de que en política todas las decisiones tienen su momento y pasado éste las posibilidades disminuyen. Hoy, por ejemplo, está sobre el tapete un relevo en la cúpula del PNV que hace seis meses ni si plateaban.

Esto último no es tan relevante en comparación con otras posibilidades que han ido perdiendo virtualidad. Hace unos días propuso Solé Tura un Gobierno tripartito para el País Vasco y no celebrar elecciones anticipadas. Su opinión podía estar mejor o peor expresada pero en un clima que no fuera el que ahora vivimos nadie le hubiera negado la condición de discutible. Pues bien, se le ha atribuido la condición de necedad, primero, y de "vileza", luego, en los medios de la derecha montaraz. Y, sin embargo, hay razones de fondo para no desear unas elecciones inmediatas. Juan Linz, en un libro clásico sobre La quiebra de las democracias (Alianza, 1987), nos recordó que muchas elecciones, en una situación crítica, sin otro resultado que cambios menores en el electorado acaban provocando que éste vote por rechazo y que se produzca una pérdida de legitimidad del sistema democrático. Así pasó en Alemania en los años treinta; en Bélgica, en cambio, se procuró mayor consenso entre los demócratas y la solución fue mucho mejor.

La condición imprescindible para ese consenso es una rectificación a fondo de la dirección del PNV que debiera haberse producido, como mínimo, hace seis meses. Pero quienes no son nacionalistas vascos debieran colaborar a facilitarla. No tiene sentido el regocijo por el hecho de que al lehendakari le manden a practicar sodomías. Menos aún que Aznar oficie de Iturgaiz; ya es bastante absurdo que si a éste le llaman franquista él diga que los del PNV son "colegas" de ETA. Mayor quizá sea el mejor ministro del Interior que ha tenido la democracia española pero es preciso preguntarse qué pasaría si llegara a ser lehendakari, por más que resulte perfectamente legítimo. El problema vasco no tiene solución sin el PNV, algunos de cuyos dirigentes -Atutxa, Ardanza y, sobre todo, Arregi- han hecho las mejores declaraciones en los últimos meses. En el momento presente, una parte de la victoria de ETA consiste en que muchos ya no lo admiten.

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