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Víctima de 'la cacería' de Macías

Ocurrió en Guinea Ecuatorial en febrero de 1969: un proyectil para cazar elefantes disparado por la Guardia Nacional del dictador Francisco Macías atravesó la cabeza del ciudadano español Juan José Bima Martí, de 25 años, que murió en el acto. Bima iba en una barcaza con residentes coloniales y trabajadores nigerianos que intentaban huir hacia el mar, de las persecuciones racistas ordenadas contra los europeos por la autoridad nativa que la España de Franco dejó al constituirse la República independiente.Transcurridos más de treinta años de aquella tragedia personal, tras mucho papeleo y peticiones fallidas, la viuda y la única hija -póstuma- de Bima siguen esperando que el Estado español, heredero del régimen que dirigió la descolonización, les reconozca su desgracia. Manuela Viedma Ruiz, que vio morir a su marido, acudirá hoy a la delegación del Gobierno en Baleares para reclamar 100 millones de pesetas de indemnización, a través de la inclusión de su caso en la lista de damnificados de la Guinea ex española abierta en Asuntos Exteriores desde 1996 y que se dotó con 12.000 millones de pesetas.

"Llevábamos 53 días de casados y sólo 10 en Guinea; yo tenía 23 años y y mi marido 25. No pude decirle que estaba embarazada", explicaba Manuela, tranquila, entre lágrimas, en Palma de Mallorca. Esta mujer que nació en Úbeda, Jaén, y estudió pintura en Ginebra, ha sobrevivido como secretaria, vendedora de zapatos y agente de publicidad en Barcelona. Proclamada Miss Palma 1967 -"fui bella", reconoce ahora-, confiesa una "depresión cristalizada" por la mala sombra de su interrumpida memoria y relación con África.

"Habitábamos en la selva exuberante", señala, "y de pronto entre tanta belleza sobrevino la desgracia. Un loco, Macías, comenzó el terror: la matanza de los blancos. Lo supimos por la radio de la explotación maderera de un empresario catalán en la que trabajaba mi marido". Bima entendía la lengua autóctona ya que sus padres llevaban casi treinta años en Guinea. "No pudimos llegar a refugiarnos a Bata, que estaba a 37 kilómetros; allí nos hubiera amparado la Guardia Civil".

En su fuga apresurada, Juan José Bima, Manuela y su grupo no atendieron las órdenes de alto dadas por una patrulla fluvial de la Guardia Nacional. Estaban en el río Benito y la viuda recuerda: "Querían matar a los hombres y a las mujeres las dejarían como botín en manos de los policías de Macías. Mi marido no paró, aceleró a fondo la barcaza y buscó la salida al océano, río abajo. Íbamos a coger un vapor que cargaba madera con destino a España. Comenzaron a disparar desde la otra falúa y desde la orilla. Todos se cubrieron menos Juan José, que dirigía la nave". Él murió y su esposa supone que fue el único español que falleció en Guinea de los 7.000 expulsados y perseguidos por Macías, cuyo régimen, asesorado también por españoles, como el abogado Antonio García Trevijano (que participó en la redacción de una nueva Constitución) siguió a la traumática descolonización. Tras el asesinato, otro episodio negro fue el tener que lanzar su cadáver desde el barco por la borda, entre las antiguas Santa Isabel y Fernando Poo. "Quedó enterrado en el mar. Pasé de lo más grande a la catástrofe más horrorosa".

Manuela Viedma tuvo que esperar un año para que el Libro de Familia reflejara su viudedad: "Fue una pantomima". Tras muchos días de complicada navegación en el citado barco maderero, que no tenía víveres y resultó pirata -ni tenía rol ni bandera legal-, al tocar Tenerife aquella huida se hizo más amarga si cabe: el régimen franquista quiso ocultar el rastro del asesinato y le conminó a firmar que Juan José murió de un ataque al corazón. En 1970, el Estado le planteó una indemnización de 107.000 pesetas y ella logró una pensión de viudedad de la Seguridad Social de 19.000 pesetas mensuales. Desde entonces, esta mujer, que ha efectuado un peregrinaje de tres décadas de demandas, lamenta la nula receptividad a su reclamación: "Siempre me dicen que no ha lugar, que mi caso es de la República de Guinea, que corresponde el asunto a otro Estado y que las vías no han sido agotadas". El caso, según la demandante, ha quedado bloqueado por la máquina ciega de la burocracia, la fría legalidad, las buenas palabras y el olvido.

"Soy una pulga que quedó sin nada. Represento un caso antiguo, que ha quedado oculto. Aspiro a compensar una muerte en sí y la dejación y dilación de tantos Gobiernos", concluye.

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