Alumnos de educación especial van a clases con compañeros de un colegio ordinario
La Escuela Compartida trata de demostrar las ventajas de la integración
Integrar de modo efectivo a los alumnos con necesidades especiales en un entorno que no les recuerde constantemente sus limitaciones es el objetivo de un proyecto pionero que se ha desarrollado este curso en Almería. Varios alumnos del centro de educación especial Princesa Sofía han compartido clases y recreos con compañeros de educación infantil del colegio público San Luis. Unos han tenido la posibilidad de experimentar una integración real y otros han comenzado a construir por sí mismos una actitud de tolerancia basada en el respeto a la diferencia.
Lo primero que hace Melody cuando advierte la presencia de alguien extraño en el aula es lanzarse a su encuentro para cubrirlo de besos. Para Melody ir a clase es toda una fiesta, especialmente hoy que le toca compartir el aula con sus compañeros del colegio San Luis. La novedad incrementa su entusiasmo. Melody es una de las alumnas del centro público de educación especial Princesa Sofía de Almería que ha participado en el proyecto Escuela Compartida, una experiencia pionera que trata de demostrar las bondades de una educación combinada y cuyo fin es alcanzar la integración.Unas horas al día, durante toda la semana, cinco alumnos del Princesa Sofía se turnan para acudir al colegio público San Luis, próximo a su centro. Allí llegan acompañados de Flora del Pilar Lázaro, la profesora que ha impulsado el proyecto. Y allí comparten clases y recreos con compañeros de educación infantil y son atendidos como uno más por Dolores Rodríguez Martínez, la docente del San Luis que prestó su aula al proyecto tan pronto como se lo propusieron.
"Como profesional de la educación considero que todos los niños y niñas tienen derecho a ser diferentes y a ser considerados como tales. Desde esa perspectiva, la función de la escuela debe ser la de permitir la entrada a esa diversidad que está presente en nuestra realidad social", explica Dolores Rodríguez. Esta profesora está convencida de que lo primero que los niños deben saber es que "no hay nada bien o mal hecho desde el punto de vista de la finalidad de la tarea, sino desde el proceso, desde el interés, el esfuerzo, el conocimiento y las destrezas que cada alumno posee".
Por eso en las clases Dolores, a las que se suman Flora y sus alumnos, se impulsan la creatividad y las potencialidades de cada niño.
"A nuestros niños esto les estimula para controlar sus actitudes desadaptativas y les ayuda a educarse en el modelo de otros compañeros. Se trata de abrir una tendencia normalizadora y de recoger las ventajas que plantea la integración", asegura Flora del Pilar.
La experiencia ha sido acogida muy bien por los padres de los alumnos del San Luis, con los que Dolores Rodríguez se puso en contacto para explicarles detenidamente la idea. La posibilidad de colaborar en un proyecto de integración y la experiencia previa que Dolores había demostrado el año pasado integrando en su clase a una pequeña de educación especial animó a los progenitores.
Pero no pretende el proyecto convertirse en receta mágica ni plantea que todos los chavales puedan alcanzar las mismas metas. Lo explica Flora: "Somos conscientes de que estos niños tienen unas necesidades educativas especiales bastante intensas. No van a poder llegar a hacer lo mismo que sus compañeros del San Luis. Pero sí pueden desarrollar mejor sus potencialidades si comparten unas horas en un entorno normalizado, al margen de la educación que reciben en el centro específico".
Paralelamente al desarrollo de este proyecto se ha creado un grupo de formación para docentes y se está tramitando la constitución de un grupo subvencionado por la Consejería de Educación y Ciencia para estudiar los resultados de esta experiencia pionera.
En las fechas que corren la integración ha dejado de ser un bello objetivo que queda muy bien en las legislaciones educativas para convertirse en un imperativo que ha puesto de actualidad la propia sociedad, cada vez más diversa y más mezclada. De hecho, en la clase de Dolores Rodríguez los renacuajos de cuatro y cinco años que comparten parte de sus actividades con Melody, Francisco y otros alumnos del Princesa Sofía, provienen de barrios y familias almerienses bien distintas. Y no sólo están aprendiendo a compartir juegos y clases con pequeños que precisan una atención especial, también colaboran diligentes con Albaras, un rubio lituano que acaba de llegar este año y aprende con la ayuda de sus compañeros las primeras palabras en castellano.
Cuando sean mayores para estos pequeños los conceptos de solidaridad, comprensión, tolerancia, serán tan naturales como el modo en el que los están asimilando. Y es que, como sentencia Dolores Rodríguez, "los valores hay que vivirlos. No se pueden dictar".
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