"Nunca he querido ser el más rico del cementerio" RAMÓN DE ESPAÑA
Pregunta. Cada vez que vengo a tu estudio me sorprendo de lo bien que te lo has montado. Un edificio para ti solo al lado del Macba...Respuesta. Bueno, tengo una realquilada en el piso de arriba, como ya sabes, pero apenas molesta.
P. ¿Una realquilada?
R. Bromeaba. Me refería a María Espeus, mi ex novia y socia eterna.
P. Está bien eso de separarse pero seguir siendo algo así como socios en la vida.
R. La ex novia convertida en amiga. De hecho, considero a María uno de los nuestros.
P. Las últimas veces que comí con vosotros montabais unas broncas para la galería que me recordaban poderosamente a las peleas en broma de Juanito Valderrama y Dolores Abril.
R. No está mal animar los almuerzos con un poco de espectáculo, aunque tú yo los dediquemos básicamente a nuestro deporte favorito: despotricar. Por cierto, ¿a quién podríamos poner verde hoy? ¿Qué te parece Jordi Labanda?
P. Tengo un espacio limitado y ése es un tema prácticamente inabarcable. Prefiero que me cuentes en qué andas.
R. En lo de siempre y al ritmo de siempre, que intento que sea relajado. Nunca he querido ser el más rico del cementerio, y para enriquecerse con el diseño hay que tragar inmensas cantidades de basura. Si dices que sí a todo y trabajas como un burro puedes forrarte, pero ¿para qué?
P. ¿Para comprar una segunda residencia a la que no tienes tiempo de ir?
R. Por ejemplo. Has sacado una de mis bestias negras: la segunda residencia. ¡Todo por duplicado! ¡Todos tus días libres en esa birria de casa porque para algo te la has comprado! No, gracias. Afortunadamente, me he ido construyendo con el tiempo un circuito de casas de amigos que puedo intercambiar por mi apartamento de Barcelona. Para que te mueras de envidia te diré que en estos momentos puedo pegar tranquilamente la gorra en París, Londres, México y Brasil.
P. Lo has conseguido: me muero de envidia.
R. Supongo que en esta vida todo es cuestión de prioridades. No tengo coche, no me compro unos tejanos hasta que se han desintegrado los que llevo puestos, paso mucho de restaurar una masía ruinosa en el Empordà... Así que me gasto el dinero en viajar. Aunque los mejores viajes sigan siendo los de trabajo, que no te cuestan un duro.
P. Eso es cierto. No estás obligado a divertirte y todo lo bueno que te pase es un plus...
R. La verdad es que aspiro a convertirme en algo así como un diseñador volante, una especie de lampista del diseño. Ahora es posible gracias a los ordenadores. Te pueden hacer un encargo en México y tú lo único que tienes que hacer es coger tu ordenador portátil, como el fontanero agarra sus herramientas, y trasladarte allá para hacer lo que tengas que hacer... Dices que cada vez que vienes aquí te sorprendes de lo bien que me lo he montado. Pues bueno, esta estructura no es para toda la vida. Ahora tengo tres colaboradoras...
P. Ya veo que no hay ningún hombre.
R. Siempre he sido un firme partidario de la discriminación positiva, como ya sabes... El caso es que puedo cerrar el estudio un día y convertirme en un tipo que va por libre con su ordenador. De hecho, es una opción que cada día está tomando más gente. Lo que desde luego no pienso hacer es ampliar la estructura actual.
P. Porque puedes seleccionar tus trabajos.
R. Sí, afortunadamente puedo hacerlo. En el pasado acepté algunos encargos que vacunaron contra la tentación de abarcarlo todo.
P. ¿Algún ejemplo?
R. Dos, uno de empresa privada y otro de obra pública. Uno: trabajé para una reputada marca de juegos recreativos que querían renovar su penosa imagen pública; aguanté a sus impresentables ejecutivos durante semanas y no vi un duro jamás. ¡Ah!, y por lo que me dijeron tuve suerte de que no me partieran las piernas, porque se ve que eran mafia pura. Dos: el Ayuntamiento me enredó para hacer un monumento a los taxistas...
P. ¿No tienen bastante con el busto de Luis del Olmo que ennoblece un parquecillo de Roda de Berà?
R. Parece que no. En realidad, todo iba de que se acercaban unas elecciones y había que tener contento al sector del taxi. Diseñé un proyecto que me gustaba y los socialistas, una vez ganadas las municipales, consideraron que a los taxistas ya los podían zurcir, así que del monumento nunca más se supo.
P. ¿Se acabaron, pues, los grandes encargos?
R. No exactamente. Ahora estoy con un proyecto de renovación visual del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona . No sé si te has fijado, pero el CCCB tiene serios problemas para ser visto e identificado, con lo que se ven obligados a colgar esas banderolas horribles que anuncian las exposiciones. Asimismo, los arquitectos se olvidaron de dar algunas indicaciones a los visitantes para que no se queden pasmados en la entrada sin saber adónde ir, que es lo que sucede ahora... Mi intervención es visual y, al mismo tiempo, organizativa. Se trata de aportar al CCCB dos elementos que, en mi opinión, le faltan: color y orden. El color lo solventaremos con unas grandes letras en lo alto de la fachada y una discreta intervención cromática en las ventanas, y el orden lo pondremos con una señalización un poco más eficaz que la que hay ahora... Parece poca cosa, pero es un trabajo que me puede llevar un par de años.
P. A tu ritmo.
R. Exactamente. Y con mi ordenador. El nuevo CCCB ya existe virtualmente... Es curioso, porque los ordenadores han sido un gran invento, pero también la herramienta para que cualquier botarate se convirtiera en diseñador.
P. Lo mismo decía nuestro común amigo América Sánchez.
R. Porque es cierto. Y es que una imagen no siempre vale por mil palabras. Como decía una amiga mía, una imagen sólo vale por mil palabras cuando esas mil palabras, o por lo menos algunas de ellas, están contenidas en ella. A menudo hay imágenes que contienen las palabras equivocadas, que no dicen nada, que no son más que exhibicionismo tontorrón de un badulaque al que nunca deberían haberle vendido un ordenador.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.