Adultos
Ha sido en San Fernando. Una niña ha sido asesinada por sus amigas. Pudo ser en cualquier otro lugar. Hoy pasan cosas así, pero el mundo siempre tuvo su buena ración de horrores. La diferencia entre el mundo de ayer y el de hoy es la capacidad actual de utilizar y propagar el horror a través de los potentísimos canales de comunicación de que disponemos. Muchos viven de eso, sabiendo el gusto por el morbo que la violencia produce y la indefensión en que muchos adolescentes viven. Podríamos, pero no debemos, culpar del horror a lo que les llega por cualquier pantalla, incluso si los hace adictos, porque en ese caso habría que preguntarse qué es lo que les hace ser dependientes de lo que sencillamente podría ser un entretenimiento de un momento, o incluso una afición, controlada por la seguridad y el conocimiento. Si un juego induce a la violencia es que algo no va bien. Es inútil responsabilizar exclusivamente a los adolescentes.Si no nos preguntamos por qué la escuela parece tener cada vez menos influencia en el comportamiento de muchos chicos; si no intentamos saber por qué la casa es un lugar de paso y la incomunicación un abismo que separa a muchos padres e hijos; si no nos atrevemos a reconocer que muchos niños, desde que tienen capacidad autónoma de movimientos, sufren el abandono ante una pantalla de televisión que sirve de silenciador y de compañía, y permite ir aprendiendo a interpretar por cuenta y riesgo del niño lo que ve, sin la ayuda protectora de un adulto; si no entendemos que el enfrentamiento entre jóvenes y adultos a causa de la toma de la calle, que hacen unos y la intransigencia que exhiben otros, nos lleva a estar cada vez más alejados y a entendernos menos unos y otros; si los maestros, los padres y los responsables políticos de todas las administraciones y todas las instituciones no asumen que es responsabilidad de todos el encontrar una idea, aunque sólo sea una, que acompañe a los adolescentes en la difícil superación de la etapa más insegura, más laberíntica y más necesitada de atención de toda la vida, seguiremos equivocándonos, sobre todo si nos empeñamos en culpar solamente a los chicos, que acaso buscan y no encuentran la seguridad en la comprensión y la ayuda de un adulto.
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