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Berlusconi, segunda parte

Silvio Berlusconi, 63 años, el hombre más rico de Italia, se prepara a dar el último salto en su carrera política: reconquistar la presidencia del Gobierno, de donde fue desalojado en diciembre de 1994. Las próximas elecciones generales están previstas para la primavera de 2001, pero casi nadie duda de que el Gobierno de centro izquierda de Giuliano Amato caerá antes.El último pulso ganado a la izquierda, el del referéndum electoral del pasado domingo, ofrece un elocuente ejemplo de lo que muchos analistas ven como un fenómeno inquietante: la conversión de Italia en un país de súbditos de Berlusconi. Y, sin embargo, hace apenas un año, el líder de Forza Italia (FI) era un hombre políticamente muerto, con media docena de procesos judiciales en marcha, detestado por el establishment y soportado con resignación por sus socios de coalición.

¿Cómo y cuándo se ha producido este renacimiento sorprendente? "En realidad, el centro izquierda nos ha ayudado bastante aceptando en sus filas a un puñado de tránsfugas que habían sido elegidos dentro del Polo de las Libertades. A los italianos no les ha gustado nada", explica el profesor Giuliano Urbani, 62 años, uno de los cerebros grises de Forza Italia.

Otra ayuda importantísima ha llegado de la experiencia empresarial del propio Berlusconi, un hombre hecho a sí mismo. Cuando en 1994 creó Forza Italia, el magnate se planteaba una única cosa: llenar el vacío dejado por el Partido Socialista y la Democracia Cristiana, barridos por el escándalo Tangentopoli. Y lo logró. Forza Italia era una empresa, y funcionaba con un puñado de managers de toda confianza del dueño y un montón de millones en publicidad. Lo malo es que el triunfo que le llevó a Palazzo Chigi duró poco. La coalición de centro derecha se vino abajo al perder el apoyo de la Liga Norte, a los siete meses de llegar al poder. Un resultado que hizo pensar erróneamente en el final de la carrera política del Cavaliere

"Berlusconi ha aprendido mucho desde entonces", dice uno de sus aliados. Se ha dado cuenta de que se necesita algo más que populismo para mantenerse en el poder. De ahí que su primera tarea haya sido la de dotar al partido de una sólida base de militantes y cuadros medios escogidos con estrictos criterios de mercadotecnia.

Al tiempo, los graves inconvenientes que pesaban sobre la carrera política del Cavaliere se han ido deshaciendo. Su condición de dueño del holding Fininvest, que controla más del 50% de Mediaset, el principal grupo de televisión privada de Italia, ha dejado de ser un obstáculo insalvable. Desde el verano de 1994, Berlusconi no lleva directamente las riendas de la empresa familiar, pero sigue siendo el amo. Nada de esto parece preocupar a los italianos, que votaron mayoritariamente a Forza Italia en las elecciones europeas de 1999 y en las regionales de abril y que han seguido en masa su llamada a la abstención en el referéndum.

"Proponemos una revolución liberal. Este país reclama reformas que los últimos cuatro gobiernos de centro izquierda han ido aplazando. Los italianos han puesto en Berlusconi esa esperanza de cambio", añade Urbani, quien resta importancia también a la incógnita que representa el pacto de Forza Italia con la Liga Norte, partido acusado de simpatizar con el líder de extrema derecha austriaco Jörg Haider. "La gente ha comprendido el pacto, sobre todo porque la Liga ha dejado de ser secesionista".

Ni siquiera los procesos judiciales por corrupción y fraude contable que afronta el líder de oposición han hecho mella en los votantes. Ni sus invectivas contra la otrora sacrosanta Fiscalía de Milán.

Una sola cosa parece no haber cambiado en el panorama que rodea al líder de FI. Los sindicatos, la gran patronal, la Iglesia católica, la intelectualidad siguen mirándole con desconfianza. "Normal", dice Urbani, "muchos saben que perderán sus privilegios si llega al poder. Pero ese establishment empieza a dividirse. En el Vaticano, la mitad de los cardenales están con nosotros".

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