Bocas viciosas en la calle de Escudellers ISABEL OLESTI
Son largas, de color rojo y muy ágiles. Se mueven deprisa y en un santiamén se lo zampan todo succionando como locas, aunque tienen el principio elemental del orden y se colocan en fila, una al lado de la otra, lamiendo el festín con entera devoción. Lo comprobé la otra tarde en la calle de Escudellers de Barcelona: un enjambre de abejas sin otro quehacer que comer la miel que Juan Luis Pedregal les echaba por un pequeño agujero del cristal que las protegía -o, mejor, nos protegía a nosotros-. Unos días antes la encargada de la tienda se había olvidado de echarles comida y algunas abejas habían muerto mientras que otras se dedicaban a devorar a las zánganos -que para eso están-. Cuando yo las vi la abeja sepulturera se encargaba de sacar los cadáveres fuera de la colmena.Todo ese tejemaneje lo puede ver cualquiera que se acerque a El Racó del Priorat, una tienda de productos recolectados en Poboleda, donde reside Juan Luis. Vino, vinagre, hierbas, aceite, miel, hidromiel (vino de miel), polen... Abrieron el negocio por Navidad y en una semana les desaparecieron las existencias de vino y aceite. Además de tienda, El Racó es el centro de distribución de productos del Priorat para restaurantes.
Juan Luis es marino mercante. Hace 20 años decidió buscar el rincón más virgen de Cataluña para descansar y lo encontró -dice él- en Poboleda. "Ahora las cosas están cambiando muy deprisa, pero es la gente de fuera la que ha impulsado la comarca. Antes el kilo de uva costaba 60 pesetas, ahora va a 500". La transformación del Priorat se nota no sólo en la calidad del vino, sino en la oferta turística que poco a poco llena sus pueblos: cámpings, restaurantes, turismo rural... No obstante, falta relevo generacional, porque es difícil que la gente de 40 o 50 años que se fue del pueblo regrese.
Era otra época, claro, cuando nadie daba un duro por esas tierras pizarrosas e inclinadas y por lo tanto difíciles de trabajar. Tierra de una belleza inaudita, áspera, gris y a veces tan desolada como la Luna. El Priorat se transforma en algo parecido a un jardín japonés cuando empiezan a brotar las vides perfectamente alineadas, o cuando los almendros florecen o el amarillo vivo de la punzante aliaga se mezcla con el violeta del tomillo. Sólo es necesario bajar del coche en uno de esos campos para oler el perfume de la lavanda que invade el aire en primavera. Mientras que en otoño, antes de que el maldito viento se lleve las hojas, los campos se tiñen de todas las gamas posibles de dorados y rojizos. Torroja, Bellmunt, La Vilella Baixa, La Morera... son pueblos también inclinados, de calles empedradas y viejas casas de paredes gruesas y portales angostos con un olor perpetuo a manzana o a membrillo.
Algo de todo esto se intuye en El Racó del Priorat. Los productos se elaboran y se envasan en Poboleda. Juan Luis trabaja en la viña, en la recolección de hierbas, en la apicultura... Tiene también un rincón dedicado a productos de Reus que piensa ampliar. De momento podemos encontrar aceite, avellanas y el preciado vermut, que se le va de las manos.
Cuenta Juan Luis que el Priorat es la única comarca catalana sin un semáforo y la que tiene más metros cuadrados de piscinas de toda España. "Hay pueblos de 15 habitantes con polideportivo y su correspondiente piscina, mientras que en Poboleda no llegamos para un equipo de fútbol". Hasta ahora el Priorat contaba con la población más vieja de España y con el menor índice de natalidad, aunque es bastante probable que con el empuje económico todo esto se convierta pronto en parte del pasado. Juan Luis me regala un ramo de lavanda, aunque yo sigo encantada con el ir y venir de las abejas y su delirio por lamer la miel. Al final sólo quedan sus bocas que, desesperadas, barren el cristal que las tiene presas, lejos del Priorat.
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