Afán de cosas nuevas SANTOS JULIÁ
La desfachatez tan elocuente y el tono tan superfluamente narcisista adoptado por la primera candidata convirtió los prolegómenos de la lucha por la secretaría general del PSOE en lo que muy pronto fue calificado de barullo: todos querían participar en tan divertido festejo. La ausencia de comisión ejecutiva, mal suplida por una comisión política inevitablemente afectada de interinidad, y la falta de normas para regular una competición a la que ningún partido está habituado, amenazaban con llenar ese barullo de ruido: barullo de candidatos y ruido de voces que podían convertir el congreso en un juego de navajas del que todos saldrían malheridos.Las cosas, sin embargo, han comenzado a encarrilarse, no sólo por los avales exigidos por el comité federal a los posibles candidatos, sino porque en los últimos días la cautela impera donde antes reinaba la osadía, el recuento de apoyos donde antes se alardeaba de correr a cuerpo gentil, la medida del tiempo donde antes se tenía como preciado capital ocupar la primera posición en la parrilla de salida. La carrera, si corta en días, será larga en consecuencias: los socialistas se enfrentan a la exigencia improrrogable de recomponer una dirección que, sin fracturar la organización, aparezca liberada de las hipotecas del pasado.
Tal vez por esto, todos los que miden sus posibilidades insisten en la novedad que define a su proyecto; se diría que se hubiera apoderado del PSOE aquel afán de cosas nuevas que León XIII percibía como signo de los tiempos a finales del siglo XIX. Un nuevo proyecto y una nueva generación política para una nueva sociedad, titula Rosa Díez su manifiesto; una nueva vía para el cambio, dicen del suyo los diputados agrupados en torno a Rodríguez Zapatero; el nuevo proyecto político del PSOE, anuncia un documento de trabajo de inconfundible sabor guerrista; un nuevo proyecto político, reitera la ponencia marco en el largo epígrafe dedicado a las propuestas para responder a un nuevo mundo, a una nueva sociedad, con una nueva estrategia.
Tanto afán de cosas nuevas, ¿se traduce también en propuestas de una nueva dirección, de caras nuevas? La pregunta es pertinente, pues que se vistan de pregoneros de lo nuevo quienes han disfrutado de tiempo sobrado para llevarlo a cabo no deja de ser un tanto extraño. Sin duda, la palabra, en política, compromete la acción, pero la experiencia dice que cuando a la acción le surgen obstáculos, lo primero que se sacrifica es la palabra. Lo nuevo precisa, para ser creíble, una nueva dirección, una nueva comisión ejecutiva. Tal vez la lección más contundente de estos tres mal llamados años de la historia del PSOE sea que una comisión ejecutiva incapaz de afirmar su propia autoridad, vinculada como estaba en su origen a una de las facciones del pasado, no puede emprender nuevos derroteros por más que sus miembros lo deseen o simulen desearlo.
Bienvenidas, pues, las cien flores florecidas en las praderas del PSOE. Por vez primera, y sin distingo de facción, familia o sensibilidad, los socialistas salen a competir con propuestas que les obligan a mirar hacia atrás con ojos pasablemente críticos: concentración de poder, infravaloración de la derecha, ausencia de proyecto político, divorcio de la clase media, ensimismamiento, luchas internas, son algunas de las causas de la derrota identificadas al fin de manera oficial. Pero el anuncio de novedades y el reconocimiento de errores no bastan para pavimentar la ruta de futuras victorias. Los socialistas necesitan un equipo dirigente libre de pesadas tutelas. Y eso, si no se forma a base de la receta mágica prescrita por quien podía hacerlo en el anterior congreso, tampoco es previsible que salga de un alarde de voluntarismo extremo. Eso requiere un trabajo de engrudo y tijeras capaz de pegar nuevas caras en la ejecutiva a las nuevas cosas prometidas en los papeles, cortando de una buena vez la anacrónica lucha faccional entre guerristas y felipistas.
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