_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Condena

A ciertos jueces se les ha localizado, entre los pliegues del escroto y la suavidad de la toga, un punto de comprensión y clemencia hacia los condenados por crímenes domésticos. Ya se han revocado algunas sentencias. A un individuo que le demolió los sesos a su pareja de 27 martillazos, le han reducido la pena en un cuarto. Afirman que no hubo ensañamiento: el hombre nunca pretendió causarle más dolor, si no que se limitó a matarla. Y 27 martillazos suponen un esfuerzo: No lo sabe usted bien, señoría; es que mi Finucha era muy tozuda y no vea; tuve que echarle horas extra. Si hubiera acertado al primer martillazo, no estaría ahora en una celda, sino a la espera de la jubilación anticipada. El punto, entre los testículos y el raso, puede ser la señal de un nuevo cromosoma capaz de inspirar veredictos fastuosos.La literatura no sienta jurisprudencia pero la divulga en su sabiduría. Los teóricos ya conocen ese punto como síndrome de Mónaco, en memoria de una novela de Guy de Maupassant y de un relato histórico de León Tolstoy sobre el mismo suceso: en aquel pequeño principado, se cometió un crimen. Su autor fue sentenciado a muerte. Pero los honorarios del verdugo con sus herramientas, tanto en Francia como en Italia, eran muy elevados. Entonces, le conmutaron la pena capital por la perpetua. Edificaron un calabozo y contrataron a un carcelero. Pocos años después, el presupuesto nacional no daba para tanto. Despidieron al carcelero y dejaron entreabierta la puerta del calabozo. El condenado fue a la cocina de palacio y pidió su comida. Finalmente, el ministro de Justicia le insinuó que podía fugarse. No, respondió el asesino, bastante hago con servirme yo mismo. Ustedes están incumpliendo la ley. Por último, el príncipe le concedió una pensión vitalicia, si abandonaba el país. Y el condenado aceptó, sin demasiado entusiasmo.

Si ese punto madura, entre el escroto y la toga, a quien despache a su pareja con precisión y sin ningún ensañamiento, pueden condenarlo a pasar unas vacaciones pagadas en las Seychelles. Pero en hotel de tres estrellas, como mucho, no vayan a creerse.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_