La remodelación imprevista
Poca gente estaba en el ajo del asunto y esos pocos no han soltado prenda acerca de los cambios del Consell que maquinaba el presidente Zaplana. Muy posiblemente porque ni el mismo presidente lo tuvo claro hasta última hora, como suele acontecer. Lo único cierto, y tan solo como pretexto para algunas conjeturas, es que las idas y venidas de altos personajes al Palau de la Generalitat la tarde del jueves pasado sugerían que la remodelación podía afectar a más de una consejería, como así ha sido. No faltó incluso el cachondo mental que anticipó el nombramiento de una ex fallera mayor para gestionar un departamento de gobierno.En ningún pronóstico figuraba, sin embargo, la desaparición de la Consejería de Empleo. Sobre todo, porque ha venido siendo la punta de lanza del Consell, como evidencian los objetivos cubiertos en poco menos de seis meses. Al margen del afable diálogo establecido con los agentes sociales, es notable el hecho de que su titular, Rafael Blasco, ha conseguido que en estos momentos estemos hablando de creación de empleo y no de lo contrario, de la destrucción de puestos de trabajo, como era habitual. Además, ahí están la constitución del Servicio Valenciano de Empleo y Formación (Servef), la Fundación Valenciana de Prevención de Riesgos y la Ley de Mutualidades. Poco más quedaba por hacer.
Desde esta óptica, no ha de sorprendernos que se amortice la citada consejería y que se aproveche para otros cometidos la eficiencia de su gestor. De todos los destinos posibles, y seguro de que en todos ellos hubiera rendido a muy gran nivel, se le ha adjudicado Bienestar Social. Dando por válido que el reparto de consejerías responde a un criterio, hemos de colegir que se le envía -decimos de Blasco- a una parcela que adolecía de notables carencias y que estaba necesitando un revulsivo enérgico. Dicho de otro modo: la consejera cesante y actual delegada del Gobierno, Carmen Mas, hacía agua por todos los lados. A Zaplana, pues, le han hecho -¿o ha urdido él mismo?- un favor llevándosela al Palacio del Temple. ¿No querían una mujer? Suya es.
La segunda innovación llamativa ha sido el licenciamiento de José Emilio Cervera, en Sanidad. Juzgados a posteriori, se comprenden ahora ciertos indicios y singularmente la desganada defensa que el presidente hacía de su consejero. Era una decapitación anunciada y, de acorde con el modus operandi del Molt Honorable, se le han abreviado los padecimientos y el coste político. ¡A ver contra quién carga la oposición! Serafín Castellano, que recoge el testigo, es una incógnita. Viene de Justicia y Administraciones Públicas, donde no se sabe que haya puesto ninguna pica en Flandes. De su paso por esas crujías no queda nada reseñable, lo que no supone piropo alguno, habida cuenta de las asignaturas -problemas- pendientes que se apilan. Confiemos en que las pastorcitas de Fátima nos conserven sanos.
De Justicia y Administraciones Públicas, precisamente, se hace cargo Carlos González Cepeda, que acaba de pasar, y con nota, el rodaje político en tareas gubernativas. Es un buen precedente que únicamente nos autoriza a otorgarle un voto de confianza. Pudiendo dar fe de su tesón, cordura y sensibilidad personales, nos gustaría añadir que tampoco anda corto de coraje. No le faltarán oportunidades para exhibirlo en beneficio de la Administración de Justicia, de la Función Pública y de los administrados, seculares damnificados de dichos tinglados.
Como es frecuente en estos trances, cada vecino ahormaría el Consell a tenor de sus manías y preferencias. Con más motivo y legitimidad ha de hacerlo el presidente. Sin embargo, y a nuestro entender, se ha quedado al aire uno de los flancos cada día más decisivo y descuidado: el del medio ambiente. A lo mejor, siendo como es todavía un adorno, podría encomendársele a una fallera. Por lo menos, se notaría que existe, que ni eso.
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