Jóvenes

La peluquería de Silvia Casado, la nueva heroína de Gran hermano, va a estallar de gente en cuanto vuelva a abrirla. La malagueña se ha convertido, con su decisión de marcharse del nido de vívoras que es la casa, en un motivo de orgullo para una ciudad necesitada de motivos de orgullo y, por si fuera poco, ha eclipsado a la sevillana María José, que al menos ha resuelto su problema de identidad y ha decidido que tiene más posibilidades de mantenerse en el star system sacando pecho como estrellona que explotar el papel de supermadre enamorada del ser más estomagante de la casa.El caso es que muchos malagueños y malagueñas están dejándose las pestañas en las Páginas Amarillas a ver si localizan la dichosa peluquería mientras que otros muchos se preguntan cuál es el secreto de que semejante programa haya superado incluso al fútbol en audiencia.

Es que los jóvenes venden. Y los partidos políticos lo saben. Por eso andan metiendo, unas veces por méritos propios y otras con calzador, a menores de 35 años en puestos de responsabilidad. Entre los jóvenes con cargos los hay que ejercen de jóvenes, como Montserrat Reyes, diputada de Cultura de Málaga, que esta semana se ha rodeado de paisanos de su edad, cineastas en este caso, para promocionar sus cortos en Madrid por todo lo alto: una velada en el Círculo de Bellas Artes con famoseo incluido, y con la presencia de la eterna joven Alaska.

Un estilo muy distinto es el del nuevo secretario general de Turismo del Ministerio de Economía, Juan José Güemes, que hizo el viaje de Reyes pero a la inversa, Madrid-Málaga, para inaugurar el Primer Congreso de Empresarios Turísticos de España. Güemes es del tipo joven-que-quiere-parecer-mayor. Pero parece uno de los personajes de Al salir de clase en su primera entrevista de trabajo: melena a lo Eduardo Noriega, traje de chaqueta y maletín nuevo de piel.

Güemes mira con displicencia al periodista que le pregunta cuántos años tiene antes de contestar que treinta y uno. Intenta no defraudar al auditorio emitiendo un discurso largo, atildado y no muy apasionante en el que emplea exactamente el mismo tono de voz que Rodrigo Rato. La concurrencia aplaude al final, pero sin emoción. Para eso, daba igual que hubieran puesto a alguien un poco mayor. Por lo menos sería creíble. A ver si se pasa por la peluquería de Silvia.