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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El abandono de Núñez

Con su renuncia a presentarse a la reelección y la convocatoria de elecciones anticipadas, Josep Lluís Núñez cerró anoche una etapa de 22 años al frente del Fútbol Club Barcelona. Motivo alegado: la convicción de no sentirse querido. Por más que aparentemente endeble, el argumento parece el resultado de una frustración personal. Cuando accedió al cargo, el constructor Núñez, denostado por sus chafarrinones urbanístico-arquitectónicos e ignorado por la burguesía tradicional catalana, perseguía una presencia pública y una respetabilidad cívica que trasladase al ámbito social sus éxitos empresariales. No lo ha logrado.Ese fracaso personal deriva del fiasco presidencial. Núñez ha desarrollado una correcta gestión financiera que ha redundado en un evidente saneamiento del club. Negarlo sería injusto. Pero la gestión de un club de fútbol se debe justificar sobre todo por sus éxitos en el campo, por su aportación a la cultura deportiva, por la complicidad entre los equipos y la masa de seguidores. El presidente saliente recibió como principal herencia un club que era "más que un club". O sea, un orgullo colectivo, el lugar de cierta resistencia democrático-catalanista, el crisol integrador de sectores sociales distintos: un imaginario cohesionador más allá de lo deportivo.

Con autoritarismo de inseguro, torpeza gestual y verbal y complejo de persecución frente a quienes no fueran sus incondicionales, Núñez dilapidó el legado. Especialmente desde que desmedidos celos le aconsejaron despedir al mítico Johan Cruyff y convirtió al Barça en sede de confrontación interna. Donde hubo consensos hay fractura, donde había sentido colectivo impera un personalismo feroz. La elegancia hacia los competidores se trocó en desdén, antipatía, oportunismo. El cultivo del mito de jugadores estrella o modestos futbolistas de cantera cedió el paso al protagonismo del poder y a las maniobras de unos pocos.

La identificación de los culés con sus colores no podía arruinarse mejor. Un club es, ante todo, una amalgama, una cohesión que no excluya discrepancias. Hoy el Barça es, para desgracia tanto de forofos como de rivales, menos que un club. Ojalá que la renuncia de Núñez abra paso a la reconciliación azulgrana, al debate sobre el modelo a seguir, a una elección no trucada. Y que de esta forma el FC Barcelona pueda volver a ser un club. O más.

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