Madres contra las pistolas
Al margen del éxito de participación, la marcha del millón de madres desarrollada en Washington y otras ciudades estadounidenses para restringir la posesión de armas de fuego ha conseguido ya un propósito crucial: sustraer el debate sobre la violencia armada en EEUU al monopolio del formidable grupo de presión que representa la Asociación Nacional del Rifle y sus vicarios políticos. La manifestación contra la proliferación indiscrimada de armas lleva al primer plano del debate social y político, en año electoral, la realidad insoportable de un país en el que 80 personas mueren cada día bajo las balas.El debate sobre la cultura de las armas es viejo en EEUU. Pero nunca antes las mujeres estadounidenses -madres, hermanas, tías, abuelas- se habían echado masivamente a la calle en nombre de la seguridad de los más pequeños para pedir al Congreso el endurecimiento de las leyes sobre la venta de armas. Exigen que haya un registro nacional, que sea necesario un permiso para su posesión, que se investiguen los antecedentes de sus compradores. No es demasiado para un país en paz donde la macabra estadística del Departamento de Justicia descubre que 12 niños perecen por disparos todos los días, una cifra estupefaciente, sin parangón en ningún otro lugar del mundo. Fue precisamente una matanza el año pasado en una escuela de Colorado la que ha desembocado en el clamor de ayer. A pesar del tiempo transcurrido, el Parlamento estadounidense ha sido incapaz de sacar adelante alguna iniciativa relevante.
Clinton ha animado a las manifestantes a derrotar con su empeño los argumentos del "poder", "el dinero" y "el miedo" que esgrimen quienes se oponen a restringir las pistolas en manos privadas. Se trata básicamente de la Asociación del Rifle, que, con sus casi cuatro millones de miembros y una influencia política y económica difícil de exagerar, hace su evangelio del irrestricto derecho de cada ciudadano a convertir su casa en un arsenal en nombre de la libertad consagrada en la Constitución. El presidente de EEUU no ha conseguido en casi ocho años más que la reciente disposición de dos grandes fabricantes a introducir en sus modelos mecanismos que hagan más difícil su uso por cualquiera.
Las marcha de las madres se produce en un momento particularmente adecuado, porque hace de la violencia estadounidense tema electoral. George Bush, aspirante republicano a la presidencia y candidato claro de la Asociación del Rifle, se ha visto forzado a insinuar alguna medida menor en su campaña. El demócrata Al Gore, en cambio, promete una agenda ambiciosa para el control de las armas de fuego. Pero, en última instancia, la civilización de los estadounidenses en este ámbito sólo se conseguirá si quienes se han echado a la calle no abandonan su encomiable batalla, si perseveran en una causa inobjetable. El país que abandera las costumbres occidentales y pretende alumbrar la senda de la democracia no puede ser a la vez el paraíso de las pistolas, un matadero público.
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