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Tribuna
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La desidia como excusa

Ramon Besa

Abatido por la realidad, al Barça no le quedó siquiera la ilusión de ser líder virtual, cosa extraña en un club que pasaba por tener al mejor presidente, al mejor entrenador y al mejor equipo, y que hoy iría primero si hubiera ganado el sábado. Llegada la hora de la verdad, y aunque todavía puede ser campeón, la institución se ha aflojado en la cancha y endurecido en el despacho, de manera que la hinchada se siente abandonada y sorprendida porque los futbolistas no saben jugar y los directivos no han aprendido a mandar en 22 años. La entidad parece vulnerable y mal defendida, porque quienes gobiernan despachan más que atienden, como si cada jornada, tras cada decisión, se perdiera un puñado de seguidores, y el rechazo superara a la seducción.Ya sea por fatiga, previsibilidad o desencanto, a Núñez le cuesta generar ilusión, aunque no crear sorpresa, sobre todo con decisiones como la de no disputar la Copa, acto populista y recriminable por quienes exigen al presidente la solución de los conflictos administrativos sin utilizar a los jugadores. Al igual que el equipo, la junta se ha estancado, de manera que se reproducen los gestos, se repiten los discursos, se alternan las mismas caras y se turnan los opositores de siempre.

El Barça se ha quedado parado en el conflicto de Les Corts y de la ciudad deportiva, y Núñez ha recuperado tics de sus primeros años de mandato: antaño hablaba mal de los periodistas, y en estos tiempos se mete con los grupos mediáticos; antes se peleaba con el fútbol por la televisión y hoy por unos comités federativos previamente avalados; en sus inicios se blindó con los morenos y en la actualidad dispone de los boixos nois como guardia de corps; y, como punto coincidente y en virtud de una mal entendida independencia del club, ha abortado el debate y está peleado con los organismos políticos y también con la sociedad civil, aunque no con las peñas, en las que ha encontrado comprensión y calor.

Por muchas maldades que pudiera cometer, Cruyff dulcificó la imagen de Núñez de la misma manera que Van Gaal la ha endurecido hasta fomentar una crispación inútil, una huida hacia no se sabe dónde, un crecimiento desorbitado, utilizando términos que en su día escribió un periodista del calado de Ibáñez Escofet. Pero a Núñez, le avala un mandato democrático, el apoyo incondicional de 20.000 fieles y una forma de hacer que satisface a la mayoría de los que les sigue interesando el Barça. Otro asunto es la bola que le ha dado al entrenador para hacer lo que le viniera en gana. Van Gaal transmite despecho, arrogancia y malos modos. El drama del técnico es que en el futuro puede ser más famoso por lo que ha dicho fuera del campo que por lo que ha hecho dentro. Por sus gritos se diría que no tiene dudas, y en realidad el equipo es un pastel. Al Barça le falta justamente lo que no tiene Van Gaal: comprensión, cariño, alma y, especialmente fútbol, o como se llame cuanto atañe a valores intransferibles desde una libreta y que sirve para ganar campeonatos como el actual. A Van Gaal, cada vez cuesta más entenderle, porque en lugar de enriquecerse, el equipo se ha empobrecido. No es extraño, pues, que a los jugadores se les acuse de falta de interés: están hartos de tanta tontería con la filosofía y el proyecto, aunque sólo sea porque cuando pierden les acusan de desidia, como diciendo que si no fuera por ellos, quienes dirigen el cotarro ya habrían cantado el triplete.

Han sido el entrenador y el presidente quienes justificaron la transformación del club y organizaron tal equipo sin sentimentalismos, apelando a la necesidad de ganar unos títulos que ahora resulta que igual no se ganan. A buen seguro que el aficionado sería más condescendiente si no le hubieran engañado. Obsesionado con vencer, el Barça ha dejado de ser ejemplo jugando y mandando, ha descuidado lo que le eximiría del resultado, y es incapaz de someterse al azar, como el Manchester, que asumió la eliminación con el Madrid como un ejercicio deportivo natural al que está expuesto incluso un buen equipo.

A diferencia de lo ocurrido en Old Trafford, el partido del miércoles no tiene vuelta. Según Van Gaal y Núñez, el encuentro con el Valencia tiene un carácter reversible, porque es capaz de convertir lo malo en bueno, y a partir de ahí optar al doblete, dado que la Liga se ha convertido en un duelo de miserias. Y no debería ser el caso. Ni para pedir que se vayan, como pasó el sábado, ni para rogarles que se queden. Al igual que la hinchada ayudará al equipo, sin atender al palco y al banquillo, la junta y el técnico deberían ejercer en el día a día con un mayor sentido de club y no en los partidos como el del miércoles, cuando no hace falta, pues entonces sólo cuentan los futbolistas y los hinchas.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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