Vacas mirando el tren SERGI PÀMIES
Quizá porque ayer los estudiantes sólo pagaban 300 pesetas, la estación de Francia se llenó de jóvenes ávidos por visitar el salón. El común de los mortales que pasó por caja, en cambio, tuvo que soltar 650 pesetas para poder acceder a este reino de tinta fresca. La edad media de los visitantes debía rondar los 17 años, con algunas excepciones de niños que deambulaban por los puestos en los que se exponían varias pornoamazonas. Hace años que la industria del cómic fue abducida por esta variante lúbrica de la creatividad. Lo que antes se insinuaba ahora se enseña. El concepto acción, que tanto éxito ha tenido siempre, ha extendido sus redes al sexo, actividad de alto contenido energético donde los haya. ¡Hay que ver la cantidad de fluidos corporales que segregan los prota de estas historietas! No sé si resulta más cansado subirse por las paredes cual Spiderman o mantener la actividad sexual de los personajes que honran con su presencia la exposición del Kiss cómix.Como todo buen certamen, el salón tiene una megafonía asquerosa y un servicio de bar en el que el café se cotiza a 125 pesetas y el chupito a 300. La presencia de chupitos se debe, supongo, a la necesidad de reponer fuerzas ante tanto superpersonaje con poderes. Los asistentes manosean las revistas y álbumes con avidez y, ante la variedad de la oferta, experimentan el vértigo de la duda. Vídeos, camisetas, todos los derivados del comic están aquí. Incluso un tipo con acento marciano intenta venderme una "novela gráfica" que parodia el impacto visual al que vivimos sometidos. Me refugio en la expo-homenaje al creador de Snoopy y me pregunto por qué los perros tienen tanta aceptación en la galaxia del cómic. Yo prefiero al tigre de Calvin y Hobbes y, entre los humanoides, al Capità Catalunya y su cuatribarrado pectoral. Me acerco a uno de los garitos y escucho lo siguiente: "¿Y mañana?", pregunta un expositor de estética heavymetalíca. "Manaña, caña", responde uno de sus clónicos. Hace rato que mi cerebro ya no discrimina ni la calidad ni la cantidad de información que recibe. Satanismo ninfómano, cibermangaporhombro, El Jueves y su puesto con azafatas de uniforme que contrastan con la informalidad de sus creadores, vendedores de caricaturas y un sector con fanzines y revistas de título tan poético como Marujas al poder, Como vacas mirando el tren (nunca mejor dicho) o Idiota y diminuto. Busco la salida. Me cruzo con un puesto de la Dirección General de la Juventud de la Comunidad Autónoma Regional de Murcia. Una azafata corta unos trozos de chorizo en un plato. ¿Se tratará de un chorizo mutante pariente de La cebolla asesina que da título a una revista que se vende justo al lado? ¿Se convertirá, cuchillo en mano, en la versión hortelana de la novia de Chucky? Incapaz de responder a estas preguntas, pulso el botón para emergencias que llevo incorporado en el ombligo y cuento hasta tres antes de, ¡boom!, autodestruirme.
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