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LUIS G. BERLANGA, DIRECTOR DE CINE

"El cine es el único oficio que está lleno de vanidosos"

Maribel Marín Yarza

El director de cine Luis G. Berlanga (Valencia, 1921) es transgresor hasta en las entrevistas. Inteligente, pero caótico, la memoria le desvía de las preguntas y le transporta irremediablemente al fetichismo que ha marcado su vida: las mujeres, la ironía algo irreverente y sus encontronazos con la censura y con una sociedad que no acaba de convencerle. Berlanga presentó ayer en San Sebastián El verdugo, dentro del ciclo Nosferatu que Donostia Kultura dedica al guionista Rafael Azcona. El realizador definió el cine como "el único oficio lleno de vanidosos: estamos sobrevalorados por nosotros mismos y por la secta que forman los cinéfilos", dijo cuando se le instó a pronunciarse sobre las listas de las mejores películas.El cineasta, premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1986, se desenvuelve como transcurren sus películas, y asume el papel de sus personajes; divaga hasta la saciedad, pero sus dardos siempre aciertan a clavarse en el centro de la diana. Se le ve, eso sí, más relajado y comedido, aunque no menos irónico, desde que anunció que París-Tombuctú iba a ser su última película. "¿Definitivamente se jubila?". "Por descontado", responde. Pero matiza: "El otro día me acordé de que el productor Alfredo Matas y yo nos habíamos prometido hacer una película porno juntos antes de mi retirada...".

Berlanga, un cineasta indomable reconoce hoy lo que nunca: "Ha sido la primera vez que vuelvo a ver una de mis películas en 50 años de profesión -y lo digo ahora que no estamos en promoción- y pienso: me ha salido cojonuda". París-Tombuctú ha logrado la autocomplacencia de un autor que no se sabe si reniega o simplemente se escuda en su timidez para borrar de su conversación buena parte de sus producciones. Ahora, en plena madurez y cuando afirma que su única satisfacción potente "es recuperar su memoria", reconoce: "Me he quedado con una satisfacción íntima de que mi última obra ha compensado todos los malos ratos que he pasado y sigo pensando que es una película que por milagro, o por azar, me ha salido espléndida. Así la jubilación es como una explosión de alegría".

Berlanga deja un legado cinematográfico de 19 películas, que miran con ojos críticos la situación social de un país desde la perspectiva del fracaso, tamizado por la ironía. "Mis películas son siempre lo mismo", afirma, "cuentan la misma historia. El verdugo es la más dura pero siempre son crónicas de un fracaso: el protagonista es alguien que quiere conseguir algo y no lo logra y al final de la película se queda exactamente igual que como ha empezado su sueño".

Su cinematografía, dice, tiene mucho de autobiográfico en ese sentido. "Hace poco encontré unos diarios que escribí desde los años cuarenta hasta los sesenta y desde la primera línea a la última plasmaban lo mismo: la enorme tristeza de no haber conseguido nada, de que no me hicieran caso las chicas... Ese peregrinar a través de las hojas es el lamento de lo cotidiano que supongo que me viene biológicamente". Define a su madre como "agorera tremenda" y su inclinación hacia la desesperanza social como "una herencia" biológica. "Siempre he sido auténticamente negativo, pesimista, siempre he pensado que nada tiene arreglo ni en lo personal, ni en lo íntimo, ni en lo social", lo que "obviamente" ha quedado reflejado en su obra.

"La situación política y social que vive España en la actualidad se presta menos a ese humor negro?". Y él confiesa: "Yo no he modificado un ápice no el mismo rencor, pero sí la misma desazón, la misma inquietud que tengo contraria a esta sociedad que no me ha gustado nunca, ni cuando la República, ni con Franco, ni ahora con la democracia".

El autor de Bienvenido Mr. Marshall, Plácido o Calabuch, siempre ha construido películas que han conseguido arrancar con una ironía perversa las sonrisas de los espectadores. El opta por la ambigüedad. "Eso puede querer decir que hay un contrapeso mío en el que aparece la sensibilidad mediterránea, o que lo utilizo como trampa para que la gente aguante lo que les cuento y que al llegar a casa se cabreen conmigo". Llegados a éste punto Berlanga sugiere de forma espontánea que él se psicoanalizó por varias razones: "por el miedo al avión, por su timidez y para hablar de sus perversiones sexuales", que nunca deja de confesar.

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