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Un técnico de libro

José Sámano

Con tanto ruido como vende el fútbol resulta que este Madrid repleto de megaestrellas ha encontrado su mejor envase bajo el manto protector de un hombre que no vende muchas portadas: Vicente Del Bosque. Sensato, discreto y estudioso, el técnico interino madridista ha conseguido en sólo cuatro meses algo que muchos de sus colegas no logran en años de carrera en el mismo banquillo: descubrir la mejor versión de sus jugadores. Primero fue Casillas. Del Bosque le conocía de las categorías inferiores y despejó de un plumazo todas las dudas que había generado Toshack en la portería. Conocedor de su aplomo juvenil, apostó por el chaval. Asunto zanjado. Hoy día, Chamartín acuna a la mayor promesa del fútbol español.La segunda reforma llegó en la defensa, un coladero en los inicios de la temporada. Tras la lección del Bayern en el Bernabéu en la segunda ronda europea, Del Bosque advirtió que tenía en sus filas al clon de Matthäus. Llegó el Manchester a Madrid y trasladó a Iván Helguera a la cueva, para tapar a dos centrales marcadores a los que se les atraganta la zona -Campo y Karanka- y para escoltar a dos laterales más animosos en ataque que en defensa -Michel y Roberto Carlos-. Hoy día, el Bernabéu disfruta del mejor sustituto posible de Fernando Hierro.

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El trastoque de Helguera permitió, además, liberar a Redondo, que se siente encadenado con la sombra de un compañero. La tiza de Del Bosque ha resucitado al Redondo que cada semana se vestía de gala en Tenerife. Un Redondo cada vez más dañino cuando se asoma al balcón del área rival, hasta hace poco un territorio por el que no desfilaba ni en los ensayos.

Cuando mejor pintaban las cosas tras la épica de Old Trafford, a Del Bosque se le rebeló Savio, un delantero nato sujeto por razones del guión al costado izquierdo. El míster sofocó el incidente con normalidad. Ofreció todo el carril a Roberto Carlos y, en la otra orilla, McManaman centró su posición para dejar el pasillo a Michel. Hoy día, el equipo disfruta de aquel jugador inglés que se hizo un hueco en el podio del fútbol británico: el McManaman que toca y se ofrece, no el que conduce y conduce la pelota junto a la cal sin resultado alguno.

A Del Bosque le quedaba la asignatura más complicada: rentabilizar la mareante inversión en Anelka. Una cuestión humillante para los despachos que ha llegado a fijar el orden del día en cada junta directiva. "El chico mejora poco a poco", repetía el entrenador sin alzar la voz, sin quejarse de los disparates de la estrella. Y, por fin, en las últimas fechas, el francés se ha asomado a su profesión. El despertador sonó en Montjuïc y ayer dejó guiños interesantísimos. Con espacio por delante es letal, por su agilidad para el desmarque, su zancada de gacela y su soberbia interpretación para definir. Los atributos que adornaron su fantástico gol de anoche. Anelka encontró el espacio justo para librar el fuera de juego, se asoció con Raúl, encaró a Kahn, se frenó a cien por hora y golpeó la pelota al ángulo alto, donde más cuesta cuando el portero no se ha vencido del todo. La hinchada aplaudió al francés por primera vez desde los bolos de agosto.

El efecto Anelka ha arrastrado a Raúl hacia la media cancha y como el chico sabe latín ahora ofrece su repertorio como asistente. Y a un toque, como demanda la zona de enganche y un punta de las características de Anelka, al que Bergkamp, con un método similar, puso ante los focos del fútbol mundial en su aventura londinense.

Llegue donde llegue, este Madrid debe mucho a un técnico sin libreta, pero con muchos codos. Un valor noble y seguro.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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