El rock de Rosendo pone a Malasaña al borde del éxtasis
Malasaña no es Carabanchel, pero a Rosendo se le quiere igual en un barrio que en otro, sobre todo tratándose de zonas tan castizas. Malasaña no es Carabanchel, pero también ha acuñado una escuela de rock seguidora de los parámetros que Rosendo marcó, primero con Leño y luego en solitario, a finales de los años setenta y primeros de los ochenta, la época de esplendor de la madrileña plaza del Dos de Mayo.Rosendo estaba anoche allí, justo enfrente de las estatuas en las que tal día como el de ayer, pero de hace un poco más de dos décadas, una pareja se desnudó, encaramada en ellas, sirviendo de foto para uno de los símbolos de la época: finales de los setenta, Madrid tolerante y cosmopolita, una ciudad preocupada entonces por la cultura, incluso desde sus instituciones oficiales, algo impensable hoy en día. Rosendo es algo así como la leyenda viva del rock madrileño, y en Malasaña celebran también que tras muchos años en la brecha, haya alcanzado por fin la cumbre de la gloria gracias a Siempre hay una historia, el reciente disco que ha grabado en directo en la cárcel de Carabanchel, justo cuando dejó de cumplir su funesta función.
Una voz arrastrada
"Madrid, buenas noches", con su característica voz arrastrada, fue lo primero que Rosendo dijo a los asistentes nada más terminar Como el pico de un colchón, la primera canción de la noche. "Vamos a pasarlo de puta madre, porque además el tiempo acompaña", concluyó antes de reanudar la tanda. "¡Qué guay!", decía un rockero de larga melena, cuando comprobó que era el verdadero Rosendo el que estaba sobre el escenario. "Ha merecido la pena venir desde Móstoles", le decía a su colega al que un poco antes había confesado que no se creía que podía ver a Rosendo gratis en unas fiestas populares.
Y es que, al parecer, todos los barrios de Madrid estaban anoche en la Plaza del 2 de Mayo. Móstoles, Getafe, Alcobendas, Carabanchel, por supuesto, y los vecinos propios del lugar. Entre el olor a fritanga de gallinejas, el chocolate con churros y los niños en los columpios, Rosendo fue desgranando lo mejor de su repertorio con una plaza abarrotada y entregada a cada uno de sus movimientos.
Los rockeros veinteañeros coparon las primeras filas frente al escenario y se hicieron tan protagonistas del concierto, como el propio Rosendo. Suya fue la alegría y la marcha, temiéndose incluso por la seguridad del artista.
Antes de llegar a la mitad del concierto, la valla de seguridad había desaparecido y los más valientes se atrevían a subir al escenarios para inmediatamente tirarse sobre el público a modo de piscina. Era un síntoma de comunión con Rosendo, un agradecimiento por haberles ofrecido la noche más rockera de las fiestas del barrio. Rosendo, eterno pantalón vaquero, camiseta blanca y larga melena, contestaba con lo que mejor sabe: sus canciones.
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